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Fotografía: Carmen Pacheco
La cineasta oaxaqueña Luna Marán realiza uno de los proyectos más ambiciosos que ha emprendido hasta ahora: hacer cine en comunalidad.
La propuesta cinematográfica Chicharras, rodada durante el mes de mayo de este año, recupera esa forma de organización a la que llaman comunalidad, que se practica en las comunidades indígenas de Oaxaca, principalmente de la Sierra Norte, de donde ella es originaria.
Esta es una forma de hacer la vida, de organizarse con los otros para analizar los proyectos que irán definiendo el futuro. En Chicharras la energía que mueve a todo el equipo está en la comunidad.
“Sin el pueblo no hay película, no hay forma de hacerlo sin el pueblo”
Luna Marán
La historia se desarrolla en San Pablo Begu, un pueblo ficticio que fue creado con la ayuda de todos, cuenta la fotógrafa, directora y gestora cultural.
El objetivo de Chicharras es mostrar la complejidad que tiene la organización comunitaria, eso que se lee como comunalidad, y dentro de esta, el papel que tienen las mujeres.
Marán cuenta que su experiencia de vida en Guelatao, Ciudad de México, Guadalajara y el haber viajado a otros países le ha permitido ver cómo se organiza la vida aquí y cómo se organiza afuera.
“Desde mi punto de vista, que tal vez no es muy amplio, veo que mis paisanos tienen desarrolladas habilidades muy complejas de toma de decisiones y de resolución de conflictos. La idea es que esa complejidad se pueda ver en una película porque es importante que hacia dentro reconozcamos esas capacidades que tenemos y, por otro lado, que hacia afuera se puede dimensionar el proceso que se lleva para que una comunidad tome un acuerdo”.
¿Es posible hacer cine desde las comunidades y al mismo tiempo proponer una mirada a otras formas de hacer la vida?
Los actores, actrices y músicos zapotecos, mixes y triquis que participan en Chicharras, piensan que sí.
Jenny Pacheco García es uno de los personajes principales. Interpreta el papel de regidora de Hacienda, un cargo que concluyó en su comunidad en junio del año pasado.
Ella considera que es importante mostrar lo que pasa en el pueblo de San Pablo Begu, porque durante mucho tiempo se ha minimizado el papel que desempeñan las mujeres. De alguna manera —dice— su papel es una invitación a que se atrevan a desempeñar un cargo.
«Los cargos son una manera de ayudar a la comunidad de la que formamos parte. Dejan mucha experiencia, aprendemos de la importancia del territorio, porque no solo es una tierra, es el lugar en el que nos identificamos y sabemos que pertenecemos a él, aquí todos interactuamos, nos saludamos, por eso hay que valorarlo y cuidarlo».
Las niñas y los niños que participan en esta película también parecen tenerlo claro: Chicharras se trata de un pueblo que tiene que decidir sobre un proyecto futuro, es importante que participemos porque vamos aprendiendo, tenemos que participar todos para que todo el pueblo esté en lo correcto. Para dar un mensaje de unidad, dicen.
La clave está en el consenso
El rodaje de Chicharras contó con la participación de 120 actores, actrices y músicos zapotecos, mixes y triquis; 93 personas a cámara. No son extras, unos 85 hablaron frente a la pantalla, dieron un discurso, aclara Luna Marán.
“Realmente es un proyecto gigantesco, trabajamos con gente muy ocupada. Las agendas de los actores fueron difíciles porque tienen su trabajo y su cargo en la comunidad”.
La misma vida de la comunidad tiene su propio ritmo, por eso algunos rodajes tuvieron que suspenderse para la realización de la Asamblea, el espacio donde se toman las decisiones del pueblo, a través de la escucha, el diálogo y el consenso.
El proyecto tiene muchos rasgos de investigación, hay cosas muy naturales, chascarrillos, hay una parte en los personajes que tiende a la comedia, pero también hay trabajo de construcción de la narrativa, que está basada en la experiencia de muchísima gente.
En Chicharras, la comunidad de Guelatao es fundamental. Para contar la historia, Marán primero tuvo que proponerlo a la Asamblea. El proyecto se iba a filmar hace dos años, pero se paró por la pandemia.
“Ahora agradezco que se haya parado porque me dio chance de estar acá (en Guelatao) y hacer un cargo como topil, me dejó una perspectiva distinta y me permitió reconfigurar el proyecto. Tengo casi 15 años tratando de hacer una película como esta, solo que hasta ahora se pudo. No es fácil hacer una película, lleva su tiempo, y esta no hubiera sido posible sin el respaldo de la comunidad”, reitera.
Además de la comunidad, que aportó en préstamos de espacios, equipo, automóviles, etc., mucha gente está invirtiendo su tiempo para trabajar en el proyecto y eso lo hace fuerte. 120 personas están creyendo que hay una historia que se tiene que contar, que es importante ser contada.
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