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Me siento escritor, si no, no vendería mis libros: Rodrigo Islas Brito

Es reportero, facebookero, cantante, guionista y escritor.  Es muchos Rodrigos en uno. Cada ciudad tiene sus personajes que en un momento dado remueven el estado de confort y conformismo cultural, que figuran, que trasgreden, que increpan y que literalmente demuestran que incluso el establishment y sus poderes fácticos pueden ser prescindibles cuando de crear se trata.

Rodrigo Islas Brito nunca pasa inadvertido: desarrolló un apego a contar su vida privada en redes sociales y lo convirtió en un estilo para informar a través de anécdotas personales y su noticiario comentativo Liga Revueltas, donde suma 250 entrevistas transmitidas por Facebook Live; su gusto por el cine  y su vasta cultura fílmica lo llevó a escribir un guion que veinte años después convirtió en novela.

Tras cinco años de irrumpir en el oficio, se fue a reportear el sismo de 2017 a Santa María Xadani, Chicapa de Castro y Unión Hidalgo, Istmo de Tehuantepec, y con su crónica ganó el Premio Nacional de Periodismo Gonzo 2018.

Al inicio de la pandemia de covid tuvo una gallina como amiga y la convirtió en personaje literario: la Peluca; su frenética actitud y quehacer contrastante con los días que pasan sin que una hoja se mueva en Oaxaca, lo llevó a crear la Sierra Eléctrica, banda de rock pobresivo y “folk punk”,  y el confinamiento y sus secuelas a escribir tres libros en dos años y medio.

Hoy no solo tiene autopublicados en Pandemia Ediciones la crónica Días de lucha en ciudad dorada (2020) y las novelas Los gangsters del futuro* (2021) y El tren de los días (2022), sino que insólitamente se convirtió en su propio mánager de promoción y marketing y anda presentando y vendiendo de mano en mano sus ediciones en cuanto foro alternativo e incluso institucional se pueda en Oaxaca, Tlaxcala y la Ciudad de México.

—¿Qué debemos entender por la frase que da nombre a tu novela El tren de los días, la más reciente de tus publicaciones?

—Es la inacción en el pequeño infierno que se forma de repente en la trama, la inamovilidad de la tragedia. Es una tragedia, El tren de los días. Cuando dicen se pudo evitar, no se pudo evitar, los personajes solo siguen el tren de la vida, acciones que se les terminan revirtiendo, empresas criminales que de antemano sospechan —al menos uno de ellos— no podrán solventar, pero que aun así emprenderán e incluso querrán ir por más. Es una onda existencial de la tragedia que va llegando y te arrastra, te atropella, y si no mueres, de todos modos sigues en ella.

En 2013, cuando tenía 34 años, el autor de Días de lucha comenzó a reportear en el portal digital Río Oaxaca. Su primera nota fue sobre los pueblos afroamericanos, encontró datos y declaraciones de Gabino Cué y manejó algo así como que “el Inegi por fin descubre que hay negros en la Cañada.  Realmente la nota no existía, yo me la inventé, pero generó muchas reacciones y permitió darme cuenta que contar las cosas era lo mío, entendí al periodismo como una manera de contar historias”. Luego comenzó a escribir sobre cultura porque era lo suyo, sus amigos eran artistas, pintores, cantantes, conocía el ambiente debido a que trabajó en el cineclub El Pochote. Y las notas comenzaron a jalar muy bien para el rating del portal. “Eran crónicas, lo mío es contar lo que veo, la realidad, e incluirme yo mismo, mi punto de vista, es mucho más interesante y a la larga, más vivificante para el lector, pienso.  La realidad es muy compleja y siempre tiene razones para ser como es. Yo estoy un poco obsesionado por saber por qué la realidad es como es. Mi trabajo periodístico ha ido por este derrotero”.

—La novela trata de personas de vidas grises que, sin embargo, pueden hacer cosas extraordinarias. En tu caso, sucede a la manera de Fargo, la película  de los hermanos Coen, y en el tono de la serie televisiva de Noah Hawley —se le expone.

—La Minnesota de Fargo, de los hermanos Coen, podría ser el Apizaco de El tren de los días, esos lugares llenos de nieve o grises donde parece que las cosas son más torpes, más lentas, pero siguen fluyendo y pueden llegar a ser brutales. Son lugares donde la gente pierde y se rebela un poco, donde algunos se aprovechan de los demás, precisamente de esos que pierden. Pueblos chicos e infiernos grandes, les llaman.

—Las vivencias aparentemente simples pueden ser por completo noveladas, y eso logras en El tren. En eso yo no veo más que literatura, para quien diga que no…

Responde al planteamiento el escritor: la historia surge en 2003 —cuando la escribí a manera de guion cinematográfico— también como un asunto de sublimar la realidad.  El personaje principal está basado en mí, en lo que vivía en ese momento, pero con un elemento de ficción extraordinario: una trama criminal, una novela negra. Podría parecer muy mamón o ególatra ponerme en la trama, pero solo es un recurso para tratar de partir de algo con verdad. Los personajes no están basados en mi historia personal, son ficción, fueron llegando literariamente. En ese sentido, puedo decir que la realidad que vivía en el 2003 fue adornada con sucesos delincuenciales: digamos que la realidad también se puede adornar con cosas terribles. Al menos yo no tengo otra manera de trabajar. En mis tres libros —cuatro con el que viene, Costa—, determinados personajes de alguna manera son yo, gente que se parece a mí, a excepción de Los gangsters del futuro, en donde no tengo nada que ver, pues son recuentos de personas que he conocido o de las que me contaron.

Que es facebookero, dice Rodrigo Islas Brito. “En el face he hecho las mejores narrraciones sobre mi vida, como un asunto no sé si de importancia, pero sí de interacción, porque todos vivimos lo mismo: la banda me dice, ‘te pasan muchas cosas acá’, y yo creo que es por cómo las cuento, porque las cosas que me pasan a mí, nos pasan a todos, pero no a todos nos place o nace ver las cosas más a fondo, tratar de desentrañar el porqué del pedo”. Como periodista,  acudió a las emociones y por eso su trabajo puede ser tachado de visceral,  reflexiona, pero él no tiene problema con eso, con tener un punto de vista sobre las cosas. “Hay una frase que me gusta mucho: una vez escrito, ya todo es ficción. Yo no tengo miedo a eso, la banda que se alarma al respecto, es banda que vive en un mundo que ni siquiera existe, el de la total objetividad.  Yo no aspiro a la objetividad, aspiro a contar una historia”.

Y también es cantante, aclara el escritor. Unos amigos le echaban a la guitarra y él iba a chelear con ellos, y en una sesión acabó de metiche leyendo sus notas  mientras los músicos tocaban. Así nació Los Prosa Cumbia, banda que iba sobre echar cotorreo y contar la verdad. Al mismo tiempo surgió la Sierra Eléctrica, con Fortino Torrentera, periodista y un gran percusionista, y el Moi.  “Entre cantando, aullando y recitando, que es lo que sigo haciendo, hablamos sobre la vida, la realidad, los sentimientos, los atavismos, le tiramos mierda a las instituciones, decimos que todo está de la mierda, porque lo está, y en el ínter, también le echamos al bailongo. Somos performáticos, la Sierra Eléctrica es una extensión de mis intereses narrativos, sociales, croniqueros”.

—¿Ya te sientes escritor en forma?

—Pues tengo que sentirme, si no, no estaría vendiendo mis libros. Si no me considero un escritor, qué caso tendría estar vendiendo mis libros. Claro que me considero un escritor, si no, no estaría aquí. Y al mismo tiempo me considero un vendedor. Es una dualidad que no se ve mucho o que se considera como poco poética o artística, poco elevada, poco sincera. Ahora, pienso que mis tres libros no obedecen a una lógica de mercado, no creo que sean libros pensados para satisfacer a la gente o hacerla sentir bien, no tienen nada de superación personal o de aleccionador, son libros con una carga violenta.

—No escribes para el mercado y construyes literatura…

—Construyo un mercado también.

—Sí, pero eres escritor.

—No escribo para el mercado, pero hago un mercado: hasta ahorita hemos vendido más de mil 360 ejemplares de los tres libros. Pienso que eso debes hacer si escribes un libro porque creo que este sistema de los prestigios y la burocracia, de la politiquería cultural,  está rebasado en sí mismo, por la propia gente que forma parte de él, la cual no va a soltar ni el poder ni el pastel ni nada.

—El escritor ya puede hacer a un lado este sistema de la politiquería cultural, ¿no?

—Un librero y editor me decía que en esto de vender libros hay que tener en cuenta que los que ponen los criterios son los que tienen dinero, los que pueden imprimir mil ejemplares sin pedos porque conocen a la gente adecuada, porque tienen negociaciones cruzadas hasta cinco veces y por eso le van a costar nada o muy poco y siempre saldrán ganando. Son negocios. En este sentido, yo no le veo problema a que uno se plantee que el negocio sea tuyo y te mantenga con tu propio producto, libros, novelas. Cuando digo que no escribo para el mercado me refiero a que no estamos vendiendo libros fáciles, historias sencillas, sino que en los tres libros estamos contando momentos duros de la historia humana: la pandemia, vender drogas, la camaradería que se rompe por traiciones que no tienen regreso, los feminicidios.

Con la pandemia, Rodrigo Islas Brito vivió dos hechos trascendentales: uno, por fin dejó de vivir con su madre, y dos, se puso a trabajar en sus libros. Incentivado por el escritor Fernando Lobo,  apoyado por Alejandra Sic y en quehacer conjunto con Alfonso Morales Toledo, pergeñó proyectos que se convirtieron en dos años y medio, los años pandémicos, en libros en forma: una crónica y dos novelas.

Al mismo tiempo, se puso a comercializar sus publicaciones de manera abierta a través de redes sociales, logrando ventas inéditas en la llamada edición independiente, probando que esta puede ser un negocio propio, relegando al sistema de la politiquería cultural, removiendo el confort y la conformismo del medio literario oaxaqueño.

—¿Dirías que contigo ya estamos frente a un escritor hecho, pese a quien le pese y más allá de este mundo formal del sistema editorial e institucional?

—Exacto, porque además a la institucionalidad en realidad ya le valemos madre. Entonces, por qué seguir clavados ahí, en el respeto que nos deben tener las instituciones, en las becas que nos otorgan. Está chido, voy a tratar de obtener una, pero lo que yo estoy haciendo ha sido al margen de la institucionalidad. En lo personal nunca había encontrado tanta independencia creativa y monetaria en mi vida como ahorita, y ni siquiera ha sido tan difícil.

“Sí es difícil plantearlo, mantenerse, vivir de esto, pagar la renta de esto, pero lo haces, lo hago. No le veo la onda mercenaria. Nos han convencido de un romanticismo del acto de crear, la hoja en blanco, el infierno interno del creador, la onda bucólica en la que siempre estás y en la que te vuelves un alcoholicazo. No es que critique ese romanticismo, pero me parece que no tiene que ser así todo el tiempo, el ideal triste, desolador, de la gente que escribe. Escribir es un acto duro, pero también es un acto de creación en el que le buscas para seguir viviendo”.

* Este sábado 2 de julio, a las 17 horas, la novela Los gangsters del futuro, de Rodrigo Islas Brito, será presentada en Multicómic Libros y Café de la Ciudad de México.

1 Comentario

  • Blanca Padilla
    Posted 2 de julio de 2022 at 01:28

    Excelente nota y una magnífica experiencia de un creador-emprendedor. ¡No vivimos del aplauso!, el eslogan de este movimiento tiene toda la razón, quienes nos dedicamos a las artes o a la gestión cultural también comemos y pagamos renta y tenemos familia. Así que celebro que Rodrigo Islas haya tomado en sus propias manos la cración, edición y venta de sus libros. ¡Libre de explotación! Hay que aprovechar las herramientas que nos ofrecen los avances tecnológicos.

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