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A 34 kilómetros de la capital oaxaqueña, se encuentra San Antonino Castillo Velasco, una comunidad conocida por sus bordados, su pan, sus flores, su baratillo y quizá también por las mejores nieves de Valles Centrales.
Podría escribirse sobre esto o su imponente Guelaguetza que se abre paso entre la oferta de turismo cultural, o decirse que es uno de los lugares donde la inseguridad muestra un aumento significativo. Escribir el contexto de un pueblo oaxaqueño siempre va en dos sentidos, el mágico o el inseguro. Sin puntos intermedios, sin los matices que vive cada comunidad.
¿Qué más sucede en los pueblos que la mirada centrada en la ciudad no está viendo? Solamente las voces de quienes viven el día a día pueden contarlo. Estamos en el patio de una casa que mantiene sus puertas abiertas, en la que se dan cita familiares y amistades de la señora Glafira López para acompañar el cabo de año de su esposo, el señor Juan Ricardo Godínez Sánchez, referente del grupo de agroecología de la comunidad. La música, la comida y la bebida acompañan la plática que conceden Ana Santiago y Andrea Sánchez, precursoras de la biblioteca comunitaria Gë Naquichî o Flor blanca.
La flor de nube blanca se siembra en la comunidad desde hace mucho tiempo. Por consejo del grupo de las señoras de agroecología se optó por este nombre. «Eso nos acerca a entender y adentrarnos de manera indirecta a la lengua zapoteca, que no dominamos, pero que estamos bastante interesadas en aprender”, dice Ana.
—¿En qué consiste este proyecto de biblioteca comunitaria?
—La biblioteca está pensada como un espacio principalmente para nosotras, en donde ambas podamos formar dinámicas de convivencia, de organización. Además de buscar ser un espacio comunitario que pretende acercar a las diferentes personas a los libros, a las lecturas, pero también a otras actividades culturales y medioambientales— expone.
—Desde la parte ambiental, lo que se busca es poder generar un vínculo con la comunidad, de modo que pueda informarse sobre temas como el agua, el relleno sanitario o la finalidad que pueden tener los residuos de la casa, al igual que el reconocimiento del territorio, la identificación de plantas y los animales que vivan en el lugar. Lo que buscamos es que la biblioteca funja como punto de encuentro para compartir el conocimiento que tengamos sobre estos temas — añade Andrea.
—¿Cómo surgió el proyecto?
—De la amistad, de conversaciones, pero no solamente de nosotras, también de vínculos que hemos tenido con otras personas de nuestra edad y de la comunidad. De mi lado, la experiencia de haber trabajado en un colectivo, Nocheztli, y estar familiarizada con el público infantil, principalmente. Aun así, yo no me hubiera aventado a hacer algo de este tamaño sola, ni siquiera algo más pequeño—responde Ana.
«La biblioteca comenzó a funcionar primero con el acervo de nosotras, pero también por donaciones de amistades de distintos lugares geográficos. Por el momento estará abierta sábados y domingos de cuatro a ocho de la noche. A partir de septiembre se realizarán talleres una vez al mes, y poco a poco iremos integrando la proyección de películas».
—¿Cómo se inserta la biblioteca en la comunidad?
—Siento que es complejo tratar de definir eso— Aclara Andrea—. Nosotras al principio solo pensamos que no había un espacio dónde poder sentarse a leer algo o a descansar, y donde no se percibiera una imposición política o de poder. Está la biblioteca pública, pero dentro de la estructura municipal. Antes se encontraba en la Casa de la Cultura y muchas veces la visité porque quería distraerme. La mayoría de las bibliotecas está construida bajo una lógica del no puedes: no puedes comer, no puedes hablar, no puedes escuchar música ni acostarte en el piso, tienes que estar sentada leyendo callada. Nosotras no buscamos funcionar de esa forma, desde el hecho de que no tenemos sillas en la biblioteca, no solo por cuestión de presupuesto, sino de no imponer un lugar fijo donde sentarse a fuerza Lo que buscamos es que las personas puedan interactuar con el lugar, que se apropien de él. No institucionalizarlo, sino compartirlo, porque si las personas se apropian de él, incluso pueden prescindir del espacio físico, trabajar en la calle, en un pasillo, en un parque.
Para Ana esa inserción tiene que ver con ser responsables y ser partícipes de las dinámicas de su pueblo. La inauguración fue la primer actividad propia de la biblioteca, y para ellas resultó muy importante que estuvieran nuestras personas cercanas, amistades, familiares, el grupo de señoras de agroecología de la comunidad, los maestros artesanos José García y su esposa Teresita de Jesús, del taller Manos que ven, que es el espacio donde trabajan y que por mucho tiempo las ha recibido con las puertas abiertas.
—¿Cuáles son los retos para el proyecto?
Destinar tiempo para trabajar, tiempo para mí, mis amistades y vínculos, y luego tiempo para la biblioteca —comenta Andrea—. Creo que cuando comienzas un proyecto lo que los demás esperan es que hagas muchas cosas, constantemente, porque eso significa que se es productivo, pero creo que, hablando con Ana sobre cómo nos sentíamos, sobre cuáles eran nuestros miedos, nosotras nos iremos lento, sin prisa, respetando nuestra parte emocional.
Otro reto está relacionado con lo económico, porque no estamos buscando un apoyo institucional en este momento, lo que estamos haciendo es mantener la biblioteca con recursos propios. Una ventaja que tenemos es que nuestras amistades nos han dicho: ¿qué necesitas?, ¿qué hace falta? Eso ejemplifica lo que decía hace rato, buscar que los demás se vuelvan parte del proyecto.
—¿Cuáles son los primeros pasos?
—Primero, hacer una especie de tapiz en la parte interna, donde tenemos los libros, porque queremos que sea una especie de ludoteca. También la catalogación de libros y contar con un orden para que eventualmente tengamos préstamos a domicilio. De igual manera, la gestión de dos donaciones importantes, una de la biblioteca de Antropología y otra del Instituto de Investigaciones Estéticas, ambas de la UNAM, que son los dos primeros lugares donde ya nos abrieron las puertas para hacer donaciones— expone Ana.
— ¿Qué implica trabajar en su propia comunidad?
—Por principio, manejar los estigmas. Siempre que empiezas a hacer algo en tu propia comunidad, la gente te recarga de responsabilidades, cree que debes hacer siempre todo y todo el tiempo. Eso es muy complejo. En segundo lugar, luchar con la exigencia de hacer todo bien porque, según, lo que haces sirve de ejemplo a otras personas, y tampoco se trata de eso, porque no somos robots. Y creo que las personas te delegan una responsabilidad moral, como de hacer lo correcto porque el pueblo te está viendo. Si haces algo mal o te equivocas es señalado. En lo personal es algo que me ha costado mucho trabajo dejar a un lado, el qué van a pensar de mí, es un peso muy grande, y si no sabes cómo hacerlo a un lado en tu vida se vuelve una piedra muy pesada, y lo que al principio hacías porque querías, después se transforma en una obligación. También necesitas mucha paciencia, porque encuentras de todo, tanto personas que apoyan el proyecto como quienes lo cuestionan. Creo que si no cuentas con un acompañamiento psicológico se vuelve muy intenso, porque en un pueblo todos se conocen.
Sobre la carga moral, Ana considera que en una comunidad es muy distinto que un proyecto salga de una figura masculina a que salga de figuras femeninas: «es más aceptable lo primero. Generalmente, en las comunidades, y en todos lados, en realidad, se ven más apoyadas las participaciones de hombres que de mujeres, Otro aspecto es la autogestión, porque tiene que ver con probarnos, y entre prueba y error, ver qué tan viable es. Y también la importancia de ella. porque, en platicas con Andrea, decíamos: “qué pesada es ”, tienes que entrarle a todo. Aunque el poder que te da es el de la toma de decisiones. En muchas comunidades no entendemos cuáles son las posibilidades de la autogestión. Es valioso poner en la mesa lo importante que es, tan solo por el hecho de no estar dependiendo de una institución, de un gobierno, de una persona de autoridad, incluso de una figura académica. Eso es lo que queremos intentar».