Fotografía: Carmen Pacheco
Parte I
Cuando visitamos al arqueólogo, historiador y artista Arthur Miller (Nueva York, 1942) ya había terminado la pandemia de Covid-19 que mantuvo a millones de personas en el mundo en el encierro. Nos recibe en su casa en Oaxaca, donde vive desde hace casi 30 años.
Christmas Flavia, su perra nos da la bienvenida a la par del artista. Arthur pregunta dónde queremos hacer la entrevista. Sin pensarlo mucho avanzamos y nos acercamos a un pasillo, entre el jardín y el estudio, donde están algunas de sus piezas.
—¿Pinta todos los días?— le pregunto al observar un lienzo recién pintado.
—Pinto todos los días. No todo el día, pero todos los días. Ahora mismo estoy tratando de hacer algo sobre la pérdida de un estado de tranquilidad— responde.
—El mundo que estamos viviendo hoy en día está muy alterado, Tenemos más el sentido de un paraíso pérdido. De pronto estamos bien en el paraíso, luego hacemos algo malo y así parece que se repite. Ese parece ser el marco de la vida hoy en día y estamos en la búsqueda, no sabemos qué es, pero tenemos la idea de que hemos perdido algo—abunda.
Sin ser del todo conscientes ya hemos comenzado la entrevista. Estamos sentados de frente con una cierta distancia. Todavía hay que procurarla para evitar los contagios. En esta charla, que iniciamos alrededor de las cuatro de la tarde y se prolonga por un delicioso gazpacho español, hasta cerca de las siete de la noche, Arthur nos comparte algunas de sus experiencias y hallazgos en la arqueología en México. Hablamos de los actos ceremoniales, de los pueblos originarios y de cómo algunas de esas experiencias las expresa en el arte. Antes, brevemente y casi como augurio del argumento central de este texto, reflexionamos un poco sobre la pérdida de libertad por la pandemia.
—El miedo a la enfermedad era menos que el sentido de agobio del control del Estado. El gobierno hizo mal en todo el mundo, había mucho sufrimiento por la mala gestión—, comenta el artista e inmediatamente hace un breve recuento en el que señala que históricamente los gobiernos han sido muy duros, hasta hoy en día que nos dictan cómo tenemos que vivir.
“Es muy agobiante. Cada vez más nos imponen eso más y más. Y bueno, mi obra es la búsqueda de libertad. Mi barco es mi único escape”, dice aludiendo a su quehacer en la pintura, en el arte.
“Cuando no tengo mi barco o cuando está perdido, pienso en la barca que tenía, está muerta en la arena morena, de la bahía…… es un lamento de pérdida”
La frase es parte de un fandango sevillano que ilustra no sólo la pasión del artista por los colores, por la luz o su obsesión por la creatividad, muestra también la importancia de hallar en la vida un vehículo para transitar el tiempo como humanos, como sociedades; Arthur lo halló en la arqueología y en el arte, desde donde descubre, describe, interpreta y nos comparte.
Arthur Miller y el arte en la arqueología
Arthur estudió Pintura en París, donde tuvo su primera exposición individual en la Galerie du Tournesol en 1965. Es doctorado en Bellas Artes y Arqueología por Harvard University. Sus publicaciones como arqueólogo e historiador incluyen, solo por mencionar algo, seis libros sobre las tradiciones de pintura mural y la escultura en México y Guatemala, entre ellas una monografía sobre la pintura mural de Teotihuacan que hoy en día es para muchos especialistas, un clásico para el estudio de la arqueología de ese importante complejo arqueológico.
—Llegué a México en 1976, a Teotihuacán por un proyecto de arqueología sobre pintura mural prehispánica, en Tulum y Xelhá… era una investigación de la comunicación entre Yucatán, Quintana Roo y el Centro de México. Fue un proyecto de siete u ocho años, luego querìamos ir a Guatemala, pero en ese época de Efraín Rios Montt había un grave problema de genocidio ( que hasta hoy sigue impune).
Fue precisamente su trabajo en esta última disciplina la que lo acercó a Oaxaca, en noviembre de 1985. Miller junto con un gran equipo de especialistas realizó una investigación en un yacimiento arqueológico mesoamericano ubicado en este estado, en el municipio de San Pablo Huitzo, aquí en el Valle de Etla, donde halló un magnífico conjunto funerario o adoratorio de la muerte, al que se conoce como la Tumba 5 de Suchilquitongo o Huijazoo, Dicha tumba es considerada ahora la más grande y compleja descubierta en Oaxaca.
En esa época también le tocó conocer al gran pintor oaxaqueño Rufino Tamayo, que vino a Suchilquitongo a ver la tumba, pues como se sabe el artista tenía un gran interés por el arte precolombino.
—¿Cómo coinciden la pintura, la arqueología en su vida?
—La tradición prehispánica en esta parte de Mesoamérica es algo muy llamativo y coincidió con mi interés en pintar y en Oaxaca el gremio de pintores es grande, diverso y me aceptaron.
Arthur retornó a la pintura en Oaxaca en una exposición en la Galeria Soruco en 1998. En una ocasión, cuenta, le compró obra el pintor oaxaqueño Francisco Toledo.
—Vio lo que estaba pintando y le gustó, luego vino a casa, yo vivía en Crespo en el centro de la ciudad de Oaxaca.
A partir de ahí, Arthur Miller volvió a exponer en Galería Soruco en el 2000, en Punta Umbría (Huelva, España) y en varias exposiciones colectivas en otras ciudades de España y en el país en México D.F., Puerto Vallarta, Monterrey, y Puebla. El arte de Miller fue navegando entre una mar de investigaciones personales y las arqueológicas, su obra como ahora refieren algunos críticos de arte, está influenciada por su experiencia en esos hallazgos en la pintura mural prehispánica, principalmente la maya y zapoteca.
—¿Cómo era su vida en ese tiempo, estaba aquí, en Estados Unidos o en España?
—Tenía proyectos de investigación aquí, viajaba a España para una investigación en el archivo de Indias y también a Estados Unidos por la Universidad… pero decidí estar más tiempo aquí…