De las más variadas y depuradas que emanan de Oaxaca, la obra literaria de Víctor Armando Cruz Chávez se inscribe en el plano nacional a partir del año 2000, con su primer libro publicado en el Fondo Editorial Tierra Adentro. Autor de libros de cuento, de poesía, de crónica, no le es ajeno el ensayo y aún mantiene en reserva su producción novelística. El diálogo con las artes visuales tampoco es infrecuente en su escritura, en un territorio donde esas artes proliferan. Escritor consistente, en su estilo de elegante sencillez combina escalofríos con risas, amorosa materia y perplejidad especulativa. Ha recibido dos premios nacionales y uno internacional. Además, sus textos han aparecido en antologías, revistas y periódicos nacionales. En su trayectoria se cuentan cinco volúmenes individuales: Estaciones sobre la piedra dormida (poesía), La tinta y el dédalo, Los hijos del caos (cuentos), Obsesiones del escribano y Juntar memorias (crónicas).
A esos títulos se añade su más reciente publicación, Vals profano. Reúne nueve relatos, cuya variedad de asuntos su memoria evoca y transforma mediante una notable operación imaginativa. Así, nos entrega un libro en que la maestría para contar se va desplegando por los vericuetos de su prosa elocuente, pulcra.
Nueve títulos contiene este volumen. Al menos seis de los relatos se fundan en un erotismo de resonante intensidad. Sin embargo, eso no los reduce a la mera voluptuosidad; algunos ascienden al horror fantástico, como Nostalgia de Ana Luna, o a la tragedia, en el caso de El último taganero, El efecto Tequila, Vals profano con poeta a bordo y Metáfora de una llave oscura. Tan sólo una de estas historias, Samsara o el dulce yugo, matiza la intensidad de su referente erótico con ironía desencantada. En sus páginas, el tedio vital se manifiesta en vena sardónica, si bien el talante del narrador-protagonista es de resuelta melancolía.
De los cuentos restantes, Fábula de Mateo, Un profeta en casa y Embrollo cuántico pueden adscribirse al género de horror fantástico, aunque dentro del segundo y el tercero campea la ciencia ficción. Los finales trágicos de la Fábula… y de Un profeta… enlazan a estas historias, mientras que el humorismo y una desencantada visión de la vida familiar distinguen a Embrollo, además de su elaborada trama. Un profeta en casa es el relato más extenso del libro, así como uno de los más detallados en sus descripciones de apocalipsis y angustia. Confrontado con los de otros autores, quizá resulte uno de los mejores cuentos mexicanos de ciencia ficción que se hayan publicado en años recientes.
El efecto Tequila es un cuento típicamente realista pero inusitado en su sorprendente construcción. Como ejemplo del talento escritural de Víctor Armando Cruz Chávez, creo que esta pieza es sobresaliente en un libro que escasamente presenta descensos. Añado que, si bien el asunto del cuento se afianza en una serie de acontecimientos cotidianos dolorosos, la progresión narrativa los vincula de tal manera que quien lea tendrá la impresión de estar sumergiéndose en una pesadilla. Destacan, además, los elementos del relato negro —la pareja cómplice que recurre al crimen, el antagonista sentenciado por su lujuria, el asesino con problemas familiares, las víctimas colaterales de una intriga homicida—, cuya dosificación permite redondear con gran economía de recursos las historias de los nueve seres humanos y una mascota que intervienen en la narración.
Sólo el cuento final, Metáfora de una llave oscura, puede ser señalado por cierta sobreabundancia de fragmentos ensayísticos; pero la habilidad del autor le permite combinar elementos de ficción narrativa con otros más usuales en el ensayo y la crónica. Los emplea de manera diestra en un testimonio sobre el destino final de la apasionada escritora María Antonieta Rivas Mercado en la catedral de Notre Dame. En este caso, la narración pareciera un eco del libro anterior de relatos Los hijos del caos, compuesto por historias sobre autores suicidas.
Mi preferencia personal en este libro son los cuentos Samsara o el dulce yugo y Vals profano con poeta a bordo. El primero resalta de inicio con su estructuración en 58 fragmentos numerados; como un programa conspiratorio, implacablemente va revelando los alcances de una multitudinaria intriga amorosa. El fragmento final, el número 58, pareciera innecesario pues el desenlace de la trama se nos ha revelado en el fragmento previo, mas su belleza romántica es conclusiva: “Samsara no imagina que un hombre taciturno, sumergido en una biblioteca semioscura con escasos lectores, le escribe poemas que sus ojos nunca leerán”.
Vals profano con poeta a bordo es un cuento memorable. Consigue, además, homenajear cumplidamente a un poeta casi olvidado a quien debiéramos releer, quien vivió en el istmo de Tehuantepec y allí fue asesinado: Alejandro Cruz Martínez. Los versos del poeta presiden esta celebración de un erotismo alegremente transgresor, el cual se manifiesta mediante una pareja —y luego un trío— profanando espacios inesperados con el deleite carnal que no admite esperas ni precauciones. Conforme la tensión sensual acrece sus ritmos jadeantes en este espléndido recuento de experiencias carnales, un contrapunto de melancolía y desencuentros va abriendo natural paso a la tragedia con que concluye. En la explicación del heroico y violento fin de Carolina halla el acuciante erotismo de esta historia su desenlace incuestionable. Como homenaje a la pasión amorosa, Vals profano con poeta a bordo es una vibrante ceremonia del adiós.
En el prolífico panorama de la literatura oaxaqueña actual se ven pocos libros con la calidad escritural de Vals profano. Se publicitan prosas cuyo método delirante al final sólo deja un amargo regusto a tremendismo y a porfía en la desdicha, sin redención ni paliativos. También hay la promoción de prosas “soñadoras” que nunca logran asentarse para formar una historia convincente o completa. Inclusive hay el regodeo y la exaltación de escrituras repentistas que rechazan el cuidado, la profundidad, la limpieza y otros valores artísticos. Por no hablar de novelas que se publican mediante la presión de siniestras famiglias políticas.
En medio de ese barullo, la prosa atingente, el estilo sobrio y la entonación no pocas veces poética de este cuentista nacido en el barrio de Xochimilco elude los excesos y se instala con astuto desasosiego en un terreno que pocas veces deja fructificar obras bien ejecutadas.
Una editorial de sobrevaluada importancia y muy devaluada integridad canceló arbitrariamente la publicación de Vals profano. Sin desesperarse, el autor retomó sus relatos proscritos, desechó algunos, elaboró nuevos y los trabajó para darnos una obra sólida, que se agradece en un medio donde la inmadurez y el relumbrón son promovidos a rango de virtud por editores adinerados tanto como por reseñistas resentidos y sin caudales. Ambos especímenes no omiten incurrir en la censura, de modo directo o bajo la deletérea forma del ninguneo.
Otros autores, al escribir en alguna página “Oaxaca”, o sobre algunos escenarios de ese territorio, provocan una sensación de pintoresquismo, cuando no de artificiosa alusión turística. El autor de Vals profano, al describir escenarios oaxaqueños emblemáticos, con irreverencia o con afinidad entrañable, les confiere una inmediatez, una familiaridad a veces numinosa, evadiendo el folclor o la mera adulación retórica. Consigue inscribir limpiamente nombres y sitios locales en la universalidad del referente literario, logro de contados exponentes en la literatura nacional. Pues en este volumen intervienen recovecos mezcaleros, bibliotecas ilustres, patios y corredores tropicales, zaguanes fuliginosos donde los amantes se reúnen, a veces con fantasmas.
Explorando las novedades editoriales oaxaqueñas, me entusiasma reconocer previas virtudes en este nuevo libro de Víctor Armando Cruz Chávez que al fin publica la empresa 1450 Ediciones. Me transmite esperanzas de que algún día el talento de las y los mejores autores de Oaxaca sea reconocido en todo lo que vale.
Seducido por la técnica y los efectos narrativos de estos cuentos, como lector hubiese preferido que el volumen culminase con El efecto Tequila o Vals profano con poeta a bordo. Los resultados expresivos y estilísticos de ambas historias me parecen los mejores de un conjunto sagazmente compuesto. Sin embargo, el autor sabe más y decidió concluir el flujo de su libro con Metáfora de una llave oscura.
Por ello, siguiendo la sutileza de Víctor Armando Cruz Chávez, concluyo este comentario citando un fragmento de su homenaje a una mujer incomprendida, tan luctuoso cuanto exuberante: “Conmino a mis sentidos a dar su última bocanada de universo. Vuelvo el rostro, deposito la mirada en cada cosa minúscula de esta catedral, en cada mota de polvo, cada hilo de luz, en el vapor helado que exhalan estas piedras apiladas y esculpidas con una belleza sobrenatural. Yo, ínfima en esta casa de Dios, cuyos pilares sostienen el misterio del mundo. Yo, herida abierta, boca cerrada, sexo clausurado, pies anudados, piel desgarrada… Yo, la que amó, la que creyó, la que escribió, la que un día cayó de bruces en las espinas letales de la realidad mexicana”.