De una visión profundamente religiosa asentada en las devociones de sus abuelos, surge a la pintura Jaret León (Tlacolula, 1980) desde antes de sus estudios formales en la Facultad de Artes Visuales de la UABJO. En la universidad, Jaret conoció al maestro Shinzaburo Takeda, quien lo impulsó a profundizar en la gráfica. Pero es la pintura el género que define su trayectoria, aun cuando el joven artista se inició en 1999 en la práctica del grabado con los maestros Juan Alcázar y Tomás Pineda, entonces mentores del Taller Estatal de Artes Plásticas “Rufino Tamayo”.
Ahora, Jaret León ha abierto en el número 314 de Mártires de Tacubaya una galería que lleva su nombre, en la esquina trisecta formada por esa vía con la calle de Constitución y la Calzada de la República. En espacio sucinto, el artista aprovecha hasta el último recoveco para exponer no sólo su obra pictórica, sino inclusive su producción de mezcal, pues forma parte de una familia dedicada a la elaboración de esa bebida desde tiempos de su bisabuelo Porfirio León Gopar, a quien sucedieron en esa actividad su hijo Ausencio León Ruiz, su nieto Carlos León Monterrubio, y ahora el bisnieto Jaret con el sello de Joyas Oaxaqueñas.
Del oficio mezcalero le viene a Jaret un profundo interés por los procesos que transforman materias en esencias, y de estos, su fascinación por la alquimia, por saberes arcanos contenidos en documentos iniciáticos como el Corpus Hermeticum o el Asclepio y otros libros atribuidos a Hermes Trismegisto, así como a alquimistas de la antigüedad. Tradiciones ocultas como el Zohar y la Cábala tampoco son ajenas a su investigación cosmogónica.
Por ello, la pintura de Jaret León no se inserta en los cartabones del realismo oaxaqueño, sino aspira a un sentido más personal y alegórico, a la vez amplificado por una simbología proveniente del esoterismo, las claves alquímicas, la teosofía y la historia de las religiones. El símbolo más evidente es el Cristo Pantocrátor, pero hay numerosas alusiones a imágenes de aún más arcaicos cultos, como las efigies de Isis, Anubis y Osiris, sugeridas por la teogonía egipcia.
Esa iconografía destaca de manera marcada en obras como Cantos de agua y viento en Arcadia. En este cuadro, la figura central está destacada en azul de Prusia, junto con las de símbolos complementarios que provienen de fuentes diversas: gatos egipcios, carpas japonesas, ángeles asirios (kerub). A los lados, dos figuras de mujeres dolientes sostienen sendos gatos, y mientras una de ellas porta en la mano unas flores, la otra tañe una guitarra, con solemnidad luctuosa. El conjunto es, por decir lo menos, vistoso e intrigante.
Además, entre todas las obras exhibidas en la nueva galería “Jaret León”, descuella un cuadro de índole autobiográfica: Óxido de alma, saturado de referencias personales; testimonia un periodo muy difícil para el artista, quien coloca en el centro de la obra, pero en último plano, su cabeza decapitada; la efigie está parcialmente oculta por los símbolos del destilador de mezcal: la penca de maguey, la botella, el caballito y el serpentín del alambique. Además, en el primer plano sobresalen un machete que aguijonea un sagrado corazón, en la parte superior, y una mano que sostiene un caballito con la “prueba” del mezcal vaciándose, como en el sencillo ritual con que en las comunidades campesinas se dedica el primer sorbo de la bebida a la madre tierra.
La obra Óxido de alma destaca no sólo por su casi renuncia a los azules de Prusia, los rojos y amarillos que abundan en otras piezas del pintor, sino por la explícita narrativa autobiográfica que emana de las imágenes y opera como los símbolos de un dibujo alquímico, es decir, revela en clave sucesos de primera importancia para el artista. El título alude, por cierto, a los procesos de oxidación del cobre con que se fabrican los alambiques, y a esa peculiar transmutación de la personalidad del mezcalero durante las noches en vela ante alambiques en proceso de destilación. Si bien el significado de estos símbolos puede permanecer oculto para quien observa el cuadro, la potencia expresiva asignada a cada ícono atrae indefectiblemente la mirada; compromete a quien contempla a preguntarse por el drama que se va perfilando al recorrer los elementos configurados.
No muchos artistas desafían las convenciones temáticas de la pintura en Oaxaca. Con el pretexto de pintar sueños o leyendas, muchos practican una iconografía previsible o reconocible en más de tres maestros y sus demasiados imitadores. En cambio, eligiendo un sendero poco transitado, Jaret León se interna por iconografías esotéricas, reitera la presencia de sí mismo en diversas escenas a donde lo transporta su indagación de saberes arcanos. Apartando el ansia de lucrar que suele ser un lastre para la creación, coloca en el centro de sus preocupaciones arquetipos que rememoran experiencias fundacionales. Esa opción por el conocimiento alternativo, pese a su distancia geográfica y temporal, restituye a las obras de Jaret León nuestra nostalgia de otro mundo.
2 Comentario
Socorro León Monterrubio
Magistral descripción de la obra y el misticismo de Jared, que omitió declarar sus artes chamánicas presentes a la par de su vocación artística.
Jaime León Monterrubio
Con una narrativa excelente, Jorge Pech describe la obra de Jaret León. La galería de este artista pisa los talones del barrio de Jalatlaco. En mejor lugar no pudo estar.