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La curiosidad y el miedo: el debate por la regulación de la inteligencia artificial

En general, así como no es correcto hablar de una sola inteligencia, tampoco lo es hablar de una sola inteligencia artificial. Sin embargo, el concepto de artificial me lleva a pensar en lo no-artificial, dicho en otras palabras, a lo real, con todo lo complejo que implique establecer esta falsa contradicción. Pensar en lo opuesto es una cualidad inherente al pensamiento humano para comprender los fenómenos que nos rodean, desde los viejos preceptos aristotélicos de no contradicción, hasta los movimientos sociales extremistas que exigen una posición política concreta siempre: eres o no eres, sin posibilidad de intermedios. ¿Será que la inteligencia artificial no es inteligencia real?

Dicho lo anterior, sería prudente pensar y repensar qué entendemos por inteligencia real o por inteligencia así a secas. Tradicionalmente se asocia a la capacidad de solucionar problemas y de tomar decisiones, pero basta con una leída a unos cuantos estudios contemporáneos para comprender que la simple lógica no es una cualidad suficiente para determinar la inteligencia, a pesar de que su definición ha estado influenciada por la característica de lo medible. Por decir, una persona inteligente es la que es capaz de resolver un examen, pero una persona más inteligente es capaz de resolverlo mejor y en menor tiempo.

La velocidad con la que se resuelven los problemas dio nacimiento al concepto moderno de la eficacia, propia de la revolución industrial, que transformó los procesos laborales de eficientes a eficaces. Lo que nació como un logró del progreso es actualmente una exigencia social y personal, no basta con ser inteligente, hay que ser realmente muy inteligente. Es claro que esta exigencia del mercado, del mundo laboral y de la escuela no puede ser subsanada por personas, y esa ha sido la principal preocupación. El miedo a “perder los empleos” no es nada nuevo.

No es casualidad que mencione a la revolución industrial. En el siglo XIX un movimiento conocido como “ludismo” de artesanos ingleses se dedicó a romper maquinas textiles por el temor de ser desplazados de sus empleos. En el siglo XX, el sociólogo Jeremy Rifkin título a su libro más trascendente “El fin del trabajo. El declive de la fuerza del trabajo global y el nacimiento de la era posmercado” que, entre otras cosas, plantea la descentralización del trabajo en la vida social precisamente por la automatización.

¿Hasta qué punto es cierto esto, hasta qué punto prescindimos del trabajo como centro de nuestra vida? Porque esta tesis es constantemente repetida por pensadores más populares como Zygmunt Bauman, que repite tanto que las relaciones sociales son fluidas que hasta discurso se transforma y pasa de ser una crítica de la modernidad a una apología de la precariedad y la incertidumbre.

El tema de la artificial está muy relacionado con la resistencia al desarrollo tecnológico. Existe un miedo a la tecnología históricamente justificado, sobre todo desde la segunda guerra mundial. Las regulaciones internacionales en torno al uso de la energía nuclear son la prueba de ello. Y es que, tanto el miedo como la curiosidad son cualidades de la vida, no necesariamente propias de lo humano, pero establecer medidas para regular dichas cualidades podría decirse que sí es una habilidad que tenemos como especie, ya sean fruto de la inteligencia o simplemente del poder; si es que son diferentes.

Lo que trato de entender con este texto es que la inteligencia artificial no es un hecho aislado, más bien es un paso más de una revolución tecnológica que inició con la llegada de la modernidad, y que hay que comprenderla en su contexto histórico. También que esa revolución tecnológica ha traído cambios profundo en la manera de relacionarnos como seres humanos y con nuestra consciencia. La inteligencia artificial en tanto tecnología, hasta ahora, no tiene comparación con la inteligencia humana (si nos ponemos antropocéntricos y decimos que nuestra inteligencia es la real), porque la inteligencia humana es una cualidad y no solamente una habilidad.

Ante la posibilidad de crear textos académicos, literarios, imágenes futurísticas o historias de hechos reales o ficticios, de predecir el rendimiento académico, de monitorear el tráfico vehicular y el sin fin de posibilidades que tenemos en tan solo unos segundos gracias a las inteligencias artificiales, el miedo y la curiosidad laten tan fuerte que el debate por la regularización de esta tecnología es cada vez más creciente. El miedo ha llevado a la Unión Europea a establecer una ley de regulación legal para el uso de la inteligencia artificial, también ha llevado a una de las personas más ricas del mundo como lo es Elon Musk ha relacionar la inteligencia artificial con riesgos profundos para la sociedad y la humanidad. Por otro lado, la curiosidad ha llevado al mundo a imaginar un mundo donde existe un Papa desacralizado, un Donald Trump arrestado, y a mí personalmente a convertir historias orales de mi comunidad en imágenes que no pretenden ser reales, pero parten de algo real. 

De lo que no hay duda es que atravesamos un momento de gran importancia histórica. Los expertos en sociología del trabajo apuntan a que las habilidades inter e intrapersonales y la creatividad son el futuro del mercado laboral. La regulación de la inteligencia artificial es prácticamente inevitable. Personalmente, saber que una tecnología al alcance de la gente común pueda causar tanto miedo entre los gobiernos y ricos del mundo me causa cierta felicidad. Saber que se pueden solucionar problemas complejos en pocos segundos es alentador para quien vive atrapado en una prisión laboral que no permite el descanso y normaliza, mejor dicho, exige trabajar bajo presión.

La lucha por la libertad es inherente al miedo y a la curiosidad, porque estas no se pueden prohibir. Hace cinco siglos el conocimiento de las escrituras bíblicas pertenecía a un monopolio, y el mundo cambio a partir de la libre interpretación de ese libro: nació la lectura en silencio, se legitimó un lenguaje que daría paso a corrientes filosóficas como el romanticismo alemán y la ilustración, y eventualmente todas las personas tuvieron acceso a establecer su criterio sobre esa postura. No será que estamos frente al declive de un proceso civilizatorio donde la punta del desarrollo tecnológico es todavía un monopolio. ¿Cuáles son las posibilidades? Hay que regular, sí, pero hay que discutir también esa regulación, que para eso tenemos la cualidad.

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