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Lenguaje burocrático y políticamente (in)correcto  II

Juan José Doñán

Otra incorrección no menos común es emplear como pronombre relativo el adjetivo de identidad mismo o misma, cuyo significado preciso es, según el diccionario canónico (el de la RAE), “exactamente igual” y “no otro u otra”. Un ejemplo de esta incorrección se da cuando alguien dice o escribe de manera desaprensiva una parrafada como la siguiente: “el abogado fulano de tal, mismo que es autor de una importante obra histórica”; cuando lo correcto sería decir “quien o el cual es autor de una importante obra historiográfica”.

Esta pifia la cometen incluso personas que pasan por enteradas y una de las cuales, por cierto, figura como “miembro correspondiente” de la Academia Mexicana de la Lengua (AML). Se trata del señor José María Muriá, de quien basta con leer cualquiera de sus escritos y revisar su historial profesional para concluir que está muy lejos de ser una autoridad filológica o siquiera alguien medianamente competente y confiable en materia gramatical, por lo cual puede inferirse que el motivo de su nombramiento como “corresponsal” de la AML obedece más a relaciones públicas o cuatachismo que a una verdadera competencia profesional en el idioma de Cervantes, competencia que sí tuvieron varios de los jaliscienses que lo precedieron en ese nombramiento más o menos honorario, por no decir inocuo, de ser “miembro correspondiente” de la AML. Tal fue el caso de Adalberto Navarro Sánchez, de Alfonso de Alba Martín y, entre otros, de Ernesto Flores Flores, aunque no tanto de otro Ernesto, el que se apellidaba Ramos Meza.

Por lo demás, no deja de ser significativo el hecho de que el más importante filólogo mexicano (el ya varias veces mencionado Antonio Alatorre) rechazara una y otra vez las invitaciones para que pudiera integrarse a la AML. Y ello tal vez porque el autor de Los 1001 años de la lengua española consideraba que, tal como solía repetir el personaje más conocido, o casi monotemático, representado por el actor yucateco Arturo de Córdova, la AML en realidad “no tiene la menor importancia”.

Por descuido, por pereza mental o por ignorancia, se suele sustituir o igualar el adjetivo numeral ordinal (séptimo, noveno, trigésimo…) por el numeral cardinal (siete, nueve, treinta…), pasando por alto que en el primero caso se hace referencia no sólo a la cantidad de algo, sino al orden que ese algo o incluso alguien guarda en un conjunto. Y otro tanto sucede con la confusión de los adjetivos numerales partitivos con los ordinales, pues no es lo mismo onceavo (cada una de las once partes iguales de una unidad) que undécimo (la posición o la colocación de algo o de alguien, entre el noveno y el duodécimo lugares). ¿Qué mes del año es noviembre? El undécimo o décimo primero, pero no el onceavo, en la inteligencia de que este mes sencillamente no existe.

Una pifia de otro jaez, pero igualmente común en el oficialés mexicano, es la expresión “sentarse en la mesa”, en lugar de “sentarse a la mesa”, cuando equis persona se quiere referir a la búsqueda de un acuerdo entre distintos interlocutores. Es obvio que donde hay que sentarse es en la silla o en las sillas, y no en la mesa, sino a la mesa. Y no sólo por urbanidad y buenos modales, sino porque las sillas son más cómodas como que fueron concebidas precisamente para que la gente se siente en ellas.

Otro cliché muy sobado o repetido entre ciertos adictos al oficialés es la frasecita “al final del día” y con la cual lo que realmente se quiere decir es “a fin de cuentas” o sencillamente “en conclusión”. Uno más es el uso equivocado que muchos y muchas y muches le dan al adjetivo literal, empleándolo como adverbio, prescindiendo (es obvio que de manera errónea) del sufijo mente. Asimismo, es una equivocación emplear reestructura (conjugación del verbo reestructurar en presente de indicativo de la primera persona y también de la tercera del singular) como sinónimo del sustantivo reestructuración.

Pero entre las muchas manías locales y nacionales del oficialés tal vez ninguna supere la del uso abusivo –y en la mayoría de los casos incorrecto– del término tema, y al cual sus desaprensivos usuarios han terminado convirtiendo en una especie de palabra comodín (en una forma lingüística roma y perezosa) que se repite a propósito de casi todo. Entre esos usuarios excesivos, abusivos o repetidores mecánicos de vicios lexicológicos ajenos, o en imitación de lo que dicen otros, se encuentran lo mismo funcionarios públicos y políticos de toda laya que dirigentes universitarios, ejecutivos empresariales, representantes de casi cualquier gremio, locutores, reporteros, párrocos de infantería y también prelados, comentaristas o editorialistas, politólogos, presuntos “líderes opinión” y hasta no pocos académicos o dirigentes ídem, e incluso escritores de ficción y quienes, al menos en teoría, pasan por ser escritores profesionales.

Todos ellos han venido abusando, ya sea por pereza mental, por ignorancia, por vocación demagógica o por imitación extralógica de la tan llevada y traída palabrita tema; de tal forma que la suelen emplear como sinónimo de muy diversos conceptos, los cuales, en la mayoría de los casos, poco o nada tienen que ver entre sí y menos aún con el significado que el diccionario y nuestra tradición lexicográfica le asignan a la palabra tema: “Proposición o texto que se toma por asunto o materia de un discurso”, es decir, tema es sencillamente “de lo que trata algo” o del asunto central de equis cuestión.

Sin embargo, los adictos al oficialés usan tema como equivalente lo mismo de asunto y materia que de problema, caso, área, cuestión, aspecto, rubro, deficiencia, tópico, dificultad, proyecto, relevancia, discusión, disputa, punto, componente, agenda, capítulo, prioridad, pendiente, formato, carencia, noticia, modalidad, fin, propósito u objetivo y un larguísimo etcétera. Y, por supuesto, sin reparar en el hecho, hay que repetirlo, de que la mayoría de esos impostados sinónimos nada tienen que ver con el significado real de tema. Pero es tanto lo que se abusa de ese término por parte de personajes públicos (no sólo políticos, sino incluso gente de negocios, de la farándula, del deporte profesional), así como de muchísimas personas con acceso frecuente a los medios masivos de comunicación que, si en algún momento se llegara a proscribir el uso de la palabra tema, de seguro serían legión quienes se quedarían mudos o sin nada que escribir.Un buen ejemplo de ello lo dio repetidamente quien, en su momento, fuera el director del Comité Deportivo de Jalisco (un señor de nombre André Marx Miranda) durante el gobierno del finado Aristóteles Sandoval (2013-2018). Dicho funcionario dijo en más de una ocasión que no era seguro que el gobierno del estado –del cual él formaba parte en aquel momento– les fuese a otorgar una gratificación económica a los atletas jaliscienses que habían ganado medallas en los Juegos Centroamericanos y del Caribe. Según sus propias palabras, el gobierno de Jalisco y la dependencia a su cargo tenían descartado otorgar cualquier tipo de recompensa en metálico “por un tema presupuestal”. Ahora sí que, como solía decir el vocero presidencial de Vicente Fox (Rubén Aguilar), lo que el señor Marx Miranda quiso decir con lo de “un tema presupuestal” era simplemente “falta de dinero” o, recordando el memorable pochismo que en cierto momento utilizó el presidente mexicano Ernesto Zedillo, quien se excusó de comprar algo que le ofrecía una indígena otomí, aduciendo aquello de “No traigo cash”.

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