A Plutarco Elías Calles, temible caudillo de la revolución mexicana, se le recuerda porque impidió con toda clase de métodos ilegales y criminales que el intelectual José Vasconcelos ocupara la silla presidencial en 1929, cuando el Partido Nacional Revolucionario participó en su primera contienda electoral.
También se recuerda a Calles porque impuso a tres presidentes de la república: el medroso Pascual Ortiz Rubio, el refractario Emilio Portes Gil y el rapaz Abelardo L. Rodríguez. Por lo bajo, se culpa al caudillo de haber al menos solapado el asesinato de su predecesor en el poder, en el famoso atentado del restaurante La Bombilla.
Al caudillo se le achacan numerosos crímenes más, incluyendo los de los rebeldes Francisco R. Serrano y Arnulfo R. Gómez (quienes se levantaron en armas contra la candidatura presidencial del propio Calles), así como los de la matanza de Topilejo, en la que entre setenta y cien jóvenes partidarios de Vasconcelos fueron exterminados.
Debido a esta triste celebridad, nadie recuerda que Calles fue de 1913 a 1936 un autor prolífico de discursos y pronunciamientos, que décadas después están reunidos en el volumen Pensamiento político y social: antología.
Por su parte, el predecesor de Calles, Álvaro Obregón, publicó en 1917 un amplio volumen, Ocho mil kilómetros en campaña, que en sus más de quinientas páginas describe batallas que libró el brillante general y astuto político.
Con esto quiero señalar que los fundadores de lo que hoy conocemos como Partido Revolucionario Institucional fueron no sólo competentes militares e implacables verdugos, sino hombres capaces de expresarse por escrito con solvencia. No son piezas literarias las de aquellos caudillos, sino documentos políticos que ya son parte de la historia. Su estilo es en ocasiones engolado, en otras seco, pues estaban destinados a convencer o halagar a su auditorio. Era lo usual en su época. Sin embargo, los sucesores de Obregón y Calles no fueron tan proclives a la escritura.
Por ello es por lo que en estos tiempos es una creencia extendida que los políticos mexicanos son más bien ágrafos, cuando no refractarios a toda práctica escritural o inclusive a las habilidades lectoras: al candidato presidencial Mead una niña de primaria le corrigió la pronunciación de la palabra leer, y la líder del sindicato nacional de profesores Elba Esther Gordillo fue incapaz de pronunciar el brevísimo nombre del virus de la influenza A(H1N1).
A diferencia de los mandatarios Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, quienes presumían sus lecturas en materia de economía, los presidentes panistas Vicente Fox y Felipe Calderón se ufanaron de su casi absoluta carencia de lecturas. Fox inclusive rehusaba leer siquiera los periódicos “para no ser infeliz”. El presidente posterior, Enrique Peña Nieto, dijo que el único libro que había leído (“no completo”, aclaró) era la Biblia.
Andrés Manuel López Obrador declara sin mayor énfasis ser autor de seis libros sobre análisis político. No se sabe que sus análisis hayan influido en las ciencias políticas ni en la investigación histórica, así que han de ser textos forenses y de propaganda.
Aunque el actual presidente de México es un autor conocido, la Feria Internacional de la Lectura de Guadalajara no le extendió invitación para participar en sus foros. Quizá porque el mandatario no ha publicado ningún título nuevo desde que asumió el cargo.
Extraña, en cambio, que la FIL Guadalajara invitase a participar en sus foros a personajes de la política que nunca dieron noticias de tener actividad escritural. Uno de ellos, el gobernador de Nuevo León Samuel García, quien dijo que su lectura favorita es el libro El Federalista, a cuyos autores identificó como “los tres founding fathers de Estados Unidos: Hamilton, James y Madison”.
El gobernador olvidó (o ignora) que James y Madison son la misma persona, y que el tercer autor del citado libro es John Jay. Quizá dudó porque, en inglés, el nombre de este último autor suena igual que “John J.” y temió que le dijesen que había olvidado el apellido.
Por otra parte, la agencia Latinus —propiedad del priista Roberto Madrazo— destacó que la candidata presidencial Xóchitl Gálvez acudió como invitada al homenaje que rindió la FIL a su difunto fundador Raúl Padilla López.
Los medios afines a la candidata no pudieron celebrar demasiado sus declaraciones en la mesa “Mujeres en el Poder, el rumbo de México”, porque allí alguien le obsequió un libro con su biografía, y cuando la periodista Patricia Flores le preguntó “¿Cómo se llama tu libro, Xóchitl?”, la interpelada soltó una risita y tuvo que ver la portada del ejemplar para responder “Soy cabrona y media”.
Al leer incompleto el título del libro escrito por Raciel Trejo, la candidata no dijo que desconocía su existencia (aunque su interlocutora le recalcó: “Es del que hablábamos el año pasado, Xóchitl, ése es el libro”). Ni siquiera fue capaz de expresar que el volumen no lo escribió ella, por lo que todos los testigos de la escena se quedaron con la impresión de que la senadora no es capaz de recordar ni siquiera el nombre de una obra que le concierne.
Se espera que la FIL Guadalajara presente a autores trascendentes de la literatura y el pensamiento, como lo ha hecho en la mayoría de sus foros. Que no invite a un presidente que ha escrito libros se puede entender como una sana distancia con el poder. Mas, ¿para qué presentar a García y Gálvez, notorios por su analfabetismo funcional? ¿Qué lección literaria pueden aportar estos personajes, si no es la del burgués gentilhombre descrito por Molière, quien exigía una bata “para escuchar mejor la música”?