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Por Alvar González
Después de dos años desde que la cineasta Ángeles Cruz presentó Nudo Mixteco, ella continúa explorando terrenos conocidos, tanto por su carrera como actriz como por su trayectoria fílmica.Valentina o la serenidad ha recibido tres nominaciones para la próxima 66ª edición del Premio Ariel y ha sido exhibida tanto en su plataforma en línea como en varias sedes presenciales. A diferencia de su trabajo anterior, esta película aspira a un realismo con toda consciencia de la intervención del artificio técnico y presenta más referencias, mostrando una postura en crecimiento con la intención de seguir representando historias específicas de comunidades. Además, prefiere una sobriedad plástica en su producción, utiliza actores no profesionales y rechaza métodos de actuación europeos, tanto masculinos como femeninos. Así, no es tanto el modo en que los actores se desenvuelven en la película, sino la integración de elementos recurrentes que provienen de la Época de Oro del cine mexicano, donde se omite el uso de drama y melodrama, y se dejan más espacios en silencio, utilizando imágenes para construir una atmósfera que busca ser una retórica visual.
Se pueden considerar películas como Una luz en mi camino (José Bohr, 1939), con el infante Narciso Busquets; Cochochi (Israel Cárdenas, Laura Amelia Guzmán, 2007), que recuerda a Valentina o la serenidad por su similitud en el ambiente rural y la deriva del protagonista hacia un mundo desconocido; El cuarto desnudo (Nuria Ibáñez, 2013), que ofrece un acercamiento al registro documental, explorando la privacidad de varios niños acompañados por sus padres en un hospital psiquiátrico; e incluso la reciente Tótem (Lila Avilés, 2023), que también explora la niñez, buscando mantener una conexión con el mundo de sus protagonistas sin relegarlos a contextos secundarios.
El desafío en Valentina o la serenidad es mostrar el mundo a través de los ojos de su protagonista. Un primer acercamiento sucede con la carga emocional en su relación con la familia, más que en la imagen de la muerte de su padre. Incluso escenas como el degollamiento de una gallina para preparar la comida no resultan impactantes. Los interiores parecen tener el alcance visual y de memoria de la niña; se conoce el interior del hogar, algunos primeros planos de la escuela y la maestra en el salón de clases, como un mundo que observa lo importante pero que también se escapa fácilmente para el espectador, como lapsos de momentos vividos rápidamente, que dejan todo inconcluso, como un avance de algo que está por comenzar y que solo ella conoce. Detalles como el sombrero sobre el árbol o la muñeca que el padre de Valentina había prometido conseguir son objetos que solo existen para ella. No representan una explicación, pero repercuten en el imaginario del cine mexicano a través de las historias de vecinos, amigos y familiares, historias que a veces parecen tener mayor fertilidad en la escritura o en la charla amena.
Aunque el resultado de Valentina o la serenidad continúa con cierto discurso contemporáneo que prioriza el uso de no actores frente a la historia “hegemónica” en el cine, estos recursos pueden fomentar la libertad creativa del cineasta. Sin embargo, esta libertad no garantiza que el resultado sea mejor o peor y, a menudo, choca con un uso riguroso del lenguaje cinematográfico que regula la disciplina de las escuelas de cine mexicanas, buscando estandarizar la realización cinematográfica. La niñez, por su parte, sigue buscando su camino en el cine. Al igual que el sabino o ahuehuete que acompaña a la protagonista y con el que parece tener conexión con el río para escuchar a su padre, ejemplos como estos no discuten su veracidad porque lo importante no es «qué» sucede, sino «cómo» se hace. Por ello, la vida cambia, y no basta con representarse a través del uso de la cámara en primera persona, sino también con la manera en que se pueden sentir los sentimientos. La cámara se convierte en los ojos de Valentina, pero es imposible convertirse en su corazón.