Primera Parte
Confieso que entrevisté a la grafóloga Maryfer Centeno en el año 2009 para la revista Tangente/ Toca tu vida.
Para quien no le guste el chisme de la farándula en redes sociales, le informo que su nombre completo es María Fernanda Centeno Muñoz, que es influencer y que hoy se encuentra en el ojo del huracán porque, ante Andrea Legarreta y Galilea Montijo en el programa Hoy de Televisa, dijo que si una gordita escribe 21 planas de “soy flaca” con pluma de tinta color azul o morado va a bajar de peso.
Mi charla con ella se realizó contra la postura del talentoso Rodolfo Villagómez, quien en ese tiempo trabajaba en la Academia Mexicana de la Lengua y era el director editorial de la revista de marras: eso es charlatanería, arguyó.
No me arrepiento, en mi vida reporteril de 36 años he entrevistado a gente tan desagradable —por decir lo menos—, que si de mi voluntad hubiese dependido, la dejo plantada.
Por ejemplo, a quien vamos a llamar Juanita Pérez —socióloga, ensayista, narradora y poeta-—, hasta lo que sé, pareja de, digámosle así, Pedrito López —historiador, académico y periodista—, esto es, la élite de élites de la cultura en México, o si prefiere usted, querido lector, de la Mafia cultural que satiriza en su libro homónimo Luis Guillermo Piazza, el intelectual que bautizó con su nombre a la Zona Rosa.
Esa plática fue por un libro sobre los griegos como de mil páginas que hubo que chutarse porque era obligación. Ocurrió en el Sanborns de Plaza Cuicuilco, dentro del edificio que dejó inconcluso el arquitecto Teodoro González de León porque la Ley del INAH prohíbe que un inmueble rebase la altura de una pirámide prehispánica si se encuentra a menos de cien metros de distancia, lo cual era el caso por la zona arqueológica de Cuicuilco.
Nos sentamos en la mesa del restaurante de Carlos Slim —dueño de toda la plaza comercial, en realidad—, llegó el mesero, yo pedí café. Juanita, altiva, altanera, grosera, cuestionó al chaval:
—¿Qué té hay? Ah, no, ustedes nada más tienen infusiones…
Sobrevino un diálogo ríspido entre ellos. Un dejo de discriminación alteró al mesero. Tuve que intervenir.
—Tranquilo, yo calmo el asunto.
Se apaciguaron los ánimos. Bueno, no tanto, porque Juanita me espetó sin más: le advierto que La Jornada y Reforma me han hecho las mejores entrevistas por mi libro.
No respondí nada. Comencé a preguntar, pero después de unos minutos se molestó, interrumpió la plática, me cuestionó por mis preguntas.
El máster Víctor Roura, entonces mi jefe en la sección cultural de El Financiero, me había instruido perfectamente para que, si notaba una actitud ofensiva, cancelara la entrevista fuera con quien fuera: hay que darle su lugar al periódico, me remarcó en esos tiempos de la década de los noventa en que El Financiero le daba vueltas hasta a La Jornada, cuando el director de aquél era Rogelio Cárdenas Sarmiento.
—Si gusta aquí le paramos y no se publica nada.
—No, no, no es para tanto…
Seguimos. De pronto, me interrumpió otra vez y, palabras más o menos, me sermoneó: no sea así, hay que erradicar el complejo de inferioridad, lea a Samuel Ramos…
Mi inquietud pasó a perplejidad y luego brotó en mí, como escudo, el sentido del humor.
Publiqué la entrevista en las páginas culturales de El Financiero. Unos días después recibí una llamada telefónica en la redacción. Era Juanita:
—Su entrevista es la mejor.
Luego empezó una perorata rara que concluyó otra vez con la recomendación de que erradicara en mí el complejo de inferioridad y leyera a Samuel Ramos —obvio, El perfil del hombre y la cultura en México, que gracias a mi estimada maestra Mercedes Durand, la poeta y periodista salvadoreña, ya me había chutado desde mis años de estudiante en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.
Colgué y di por concluido el asunto. Pero no, a la siguiente semana, otra vez sonó el teléfono en la redacción: era Juanita…
Así no sé cuántas semanas. Ya la soñaba. Incluso, resignado, le había aceptado que sí, que iba a dejar de sentirme acomplejado y que estaba leyendo el libro aquel.
Después de una de las tantas veces que llamó, colgué y expresé: ¡Dios mío!
Años después, luego que entrevisté a Maryfer, pensé: cómo no le pedí una dedicatoria de su libro a Juanita para que la grafóloga leyera sus “gestos gráficos” y me dijera qué trastornos mentales traía.
En fin. Por si les interesa, en el siguiente link pueden leer la entrevista que le hice a la controvertida Maryfer Centeno en 2009, cuando ella tenía como 20 años: