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El centro, ese lugar que en algún tiempo tanto anhelamos quienes vivimos en la zona conurbana o más lejos, ese lugar que, según las definiciones tradicionales de la antropología, cada vez se convierte en algo más difícil de entender, de definir como lugar, y cada vez más cerca de convertirse en un no-lugar.
El lugar antropológico se define por varias características, entre las que destaco las relaciones sociales de largo aliento entre sus habitantes: origen del sentido común y de la organización que tanto presumimos los pueblos de este estado. El reconocimiento entre vecinos permite relaciones sociales que dan certeza en el tiempo, todo comienza desde el saludo.
En los pueblos, quien no saluda es un niño que no fue bien educado por su familia, cuando eso pasa luego preguntan las abuelas, “¿hija/nieto de quién es ese niño que no saluda?”, porque quien no saluda es un extraño del que se puede desconfiar, porque en los pueblos sabemos el nombre completo y la fecha de nacimiento de cada integrante de la comunidad, conocemos hasta el nombre de sus perros, jalamos el cordón de la puerta del zaguán y entramos a la casa vecina, así no más.
El saludo cotidiano permite el reconocimiento entre vecinos, los apellidos originarios sirven para distinguirse de los avecinados. Las tardes en que familias enteras colocan sillas a fuera de sus casas y los niños juegan en las calles, es el resultado de saberse parte de un lugar, de sentirse seguros. Así mismo la asamblea, el tequio, el servicio, también la mayordomía, la fiesta, toda esa estructura organizativa, es consecuencia de compartir el mismo lugar, el mismo espacio, ya no público ni privado, si no espacio común.
Las características de Oaxaca como estado ya no aplican en el centro histórico: la asamblea, el tequio, la mayordomía, incluso los convites y las calendas ya no existen. Hay que decirlo tal cual, eso que hacen en el centro son simples desfiles, simulaciones groseras que insultan la memoria de nuestros ancestros. Se apropian de símbolos y figuras de ajenas, modifican su esencia para complacer la mirada del turista que busca lo exótico, convierten a nuestra gente servicial en siervos.
Según el Antropólogo Marc Augé, un no-lugar es un momento de tránsito, un espacio siempre lleno de personas pero carente de habitantes, donde las relaciones sociales son efímeras. El no-lugar es tiempo muerto, carente de casas, un medio y nunca un fin en la vida de quienes pisan su suelo. Aeropuertos, estaciones de metro, paradas de autobús o el autobús mismo, eso es la Ciudad de Oaxaca para el mundo, en eso la están convirtiendo los gobiernos, y lo presumen con cifras.
El centro histórico nunca ha sido mío, desde el principio he sabido que no podré comprarme una casa ahí ni en una colonia céntrica, aun así, nunca como ahora me había sentido tan ajeno a ella, tan expulsado de mi propia ciudad. Pero soy necio, me aferro a los pocos espacios que me quedan, y recuerdo constantemente los espacios que han dejado de existir.
Por aquel tiempo rentaba cerca de lo que fue la ciudad de las canteras. Caminaba todos los días de regreso, ya sea por Morelos o por Independencia. Aunque la extinta ruta de “Camino Nacional” tardaba demasiado en pasar, su desaparición nos hizo sufrir varios años. En esas caminatas nocturnas descubrí otro puesto de gelatinas con rompope, justo en la esquina de la Merced sobre independencia. Acostumbraba comprar una, y quedarme un rato a escuchar las platicas de la gente que se sentaba a comer su gelatina.
Pasaron los años y me tuve que mudar a CDMX para poder estudiar una carrera, pero me aferraba a esta ciudad. Por muchos años vine cada puente, cada periodo vacacional, de hecho, aunque hubiera clases, yo seguía viniendo. Aunque mis amistades se mudaran cada vez más lejos, aunque los espacios que frecuentaba fueran desapareciendo, aunque cada vez fuera más caro comer o beber algo, aunque mis propios paisanos dieran preferencia a los extranjeros sobre mí en todos lados, yo seguía viniendo.
Ese puesto de gelatinas fue uno de los pocos espacios que me recordaba que alguna vez fui parte de esta ciudad. Lo visitaba regularmente hasta la pandemia. Luego no pude encontrarlo. Lo busqué por varios días sin suerte, pregunté a los negocios vecinos si sabían algo, pero nadie parecía tener una respuesta. Me sentí triste, todo a mi alrededor cambiaba, era como si yo mismo estuviera desapareciendo.
Creo que pasarán los años y yo seguiré frecuentando esos lugares de la ciudad que marcaron mi vida, aunque ya no existan, aunque cambien, aunque se conviertan en Airbnb, restaurantes o cafés para extranjeros, galerías, bares o cualquier entretenimiento diseñado para sostener un no-lugar. Oaxaca, en general, es una ciudad de relaciones efímeras, en las que no es posible saber quién es realmente la persona con la que te encuentras en la calle, en cualquier tienda, cafetería o bar, hablando en un idioma que no entiendes, siendo atendido primero y con más amabilidad que a ti, feliz y disfrutando de todo lo que para ti es inaccesible.
No estamos solos en esto. Hace un año, una marcha antigentrificación colocó nuestro problema en el ojo del mundo. Esa marcha marca un precedente innegable. No solo es la migración, como afirma el autor en cuestión, la que descoloca nuestra relación con un suelo determinado, en la sociedad contemporánea es el turismo agresivo y las formas de gentrificación las que atentan contra la identidad y promueven el anonimato. Con todo, existen personas que aún habitan esta ciudad y la defienden. Ese es un mensaje muy fuerte, todavía estamos dispuestos a reconocernos parte de este espacio, de esta ciudad, con nuestras coincidencias y contradicciones, estamos dispuestos a defenderlo. Todo comienza desde el saludo, con dejar de ser anónimos y reconocernos.
Marc Augé afirma que el lugar y el no-lugar no son opuestos ni están totalmente acabados en definiciones. Distingue en términos generales al lugar como un espacio de identidad, relacional e histórico, y caracteriza al no-lugar como un espacio de individuos anónimos que se relacionan a partir de imágenes: pantallas de máquinas automatizadas que suplen a las personas, carteles, logos, yo agregaría murales y grafitis, fotografías instagrameables, documentos como pasaportes o credenciales, y sobre todo dólares. Insiste en que los no-lugares son la característica de la sobremodernidad y fruto de una voluntad gubernamental, pues “han contagiado ya de velocidad la reflexión de los políticos que solo se preguntan cada vez más a dónde van porque saben cada vez menos dónde están”.
Posdata. Resulta que el puesto de gelatinas de la Merced aun existe, si eres local te lo recomiendo.
