Rodrigo Islas Brito
El meta discurso, la meta película, la meta tristeza, la meta elegancia, la meta brutalidad. Si existe una estrella en Animales nocturnos (EUA 2016) es el caché de su director Tom Ford.
La renombrada estrella de la moda mundial acomete su segunda cinta como cineasta (después de aquella ópera prima inmejorable llamada Un hombre importante) demostrando nuevamente una bien construida aptitud para las atmósferas significativas de opresiva elocuencia y el trazo meticuloso de personajes que no encuentran consuelo en ser ellos mismos.
Animales nocturnos son dos películas o tres o cuatro, o las que su director alcance a definir. Amy Adams es Susan Morrow, una exitosa ejecutiva casada con gesto de no está disfrutando nada, a la que le llega la novela inédita del exmarido al que abandonó y mangoneó (el retrospectivo Jake Gyllenhaal) por no corresponder a sus requisitos de mujer liberada y oprimida por cánones que ni siquiera a ella la hacen feliz.
La novela relata la feroz historia de un padre de familia (el ficticio Jake Gyllenhaal) que en un viaje en carretera es asediado junto con su esposa y su hija pelirrojas (Isla Fisher y la debutante Ellie Bamber) por un grupo de tres tipos que solo les gusta el juego de molestar y llegar hasta sus últimas consecuencias. Morrow se da cuenta muy pronto que el timorato y siempre sobrepasado por todas las cosas patriarca de la historia parece ser ella misma, en sus ganas de no hacer nada, de excusarse de cualquier mínima cita para enfrentar cualquier injuria, cualquier problema, cualquier manera de responsabilizarse de su propia felicidad.
Tomando como base una novela de Austin Wright, Ford concibe una inquietante simbiosis en el que las dos ficciones se conjugan en su descripción de juegos de espejos tiranos que avasallan, que someten, que abusan.
Melancólicos, perversos, dolorosos, los personajes de Animales nocturnos no pueden con su propio paquete, para ello Ford logra de sus intérpretes actuaciones intensas, con un virtuosismo del siempre solvente Gyllenhaal, con el acostumbrado y satisfactorio numerito de Adams como mujer azorada y presta al autodescubrimiento (muy similar a lo que hizo en La llegada).
Con actuaciones secundarias imponentes como las del intensísimo Aaron Taylor Johnson como un cuatrero cruel y cerebral a lo Michael Haneke y sus Funny Games, con el siempre actorazo Michael Shannon como un sheriff jovial y terminal que prefiere antes de irse rolarla como un Charles Bronson meditabundo y justiciero, con el divertidísimo bit de Laura Linney como una matriarca encopetada y millonetas que no cree en eso de que para el amor no existe condición social.
Thriller psicológico y de carretera, estudio de personajes, tratado sobre la venganza, comentario sobre vidas consumidas por una mal asumida hondura emocional, Tom Ford logra que su menjurje estilizado funcione y se transforme en un bólido al que desafortunadamente el cotizado diseñador de modas no sabe conferirle un verdadero final.
Animales nocturnos es pues la embriagadora, ambiciosa y angustiante descripción de un mundo bifurcado y sumido en la introspección exagerada que no ha de conducir a otro lado que no sean islas incendiadas de inmaculada frustración mental.