Fernando Solana Olivares
Sobre el miedo. Aristóteles creía que el miedo es una agitación producida por la perspectiva de un daño futuro que causará muerte o dolor. El miedo es una emoción determinada por algo no existente todavía y que puede o no suceder. Esta condición de inminencia hace que esa aflicción sea sobre lo que aún no está, y por ello se vuelve una fuerza paralizante. Quien sufre de miedo queda inmóvil. Un dicho del viejo Montherlant afirmaba que la gente no sabe hasta dónde puede osar sin peligro, y que si lo supiera se volvería loca de pesar por no haber osado más. Existen curas para el miedo. Una de ellas consistió en una frase con la que un padre educó a su hija desde pequeña: “No pasa nada, no somos de aquí, nos vamos mañana”. Esa breve pedagogía llevó a Marguerite Yourcenar a no sufrir nunca dicha parálisis, ese impedimento vital.
El arte perdido. Según Ernst Jünger el arte de vivir es el arte de no aburrirse nunca. El olvido de una “ciencia original” descrita en su novela Heliópolis resulta la causa fundamental del tedio moderno: “El universo como se ofrece a nuestros ojos no es más que una de sus innumerables secciones posibles. El mundo es como un libro; de sus hojas incontables solo vemos aquella por la que está abierta”. No a todos les será dado voltear las páginas, pues tal es el objeto de una metafísica experimental. Metafísica, en tanto que la concepción de un universo de secciones múltiples más allá de la percepción establecida, y experimental, en que se trata del arte de pasar de una sección a otra. El sutil intervalo entre esas hojas es lo que algunos llaman intuición y otros nombran epifanía. Esclarecimiento o revelación.
Del lenguaje y el pensar. Todo pensamiento que verdaderamente piensa se mueve al margen de lo pensado. No deja de considerar aquello en lo que reflexiona, pero la operación que hace para mirarlo desde un nuevo punto de vista es un desplazamiento acerca de lo reflexionado. Hay muchas analogías de esta operación cognitiva cuya síntesis es la conocida definición: mirar es rodear un objeto, multiplicar sus aproximaciones, verlo desde horizontes distintos, multifacéticos. Y el lenguaje representa un instrumento central de esta operación. Cada palabra es una perspectiva, una manera diferenciada y específica de considerar algo ya que las palabras son las marcas del espíritu, una de sus manifestaciones. De ahí que las degradaciones personales y colectivas comienzan con la degradación del lenguaje. Decir lo mismo para nombrar lo distinto es un no decir.
Una muestra. Al manido término “depresión”, que hoy en día lo mismo sirve para un barrido que para un fregado, en aras de la precisión descriptiva —eso es pensar— puede oponerse alguno de los más de veinte sinónimos que aparecen en cualquier diccionario, incluso en aquellos incorporados a los procesadores electrónicos: “desaliento”, “abatimiento”, “desánimo”, “humillación”, “desmoralización”, “desesperanza”, “decaimiento”, “claudicación”, “postración”, “agobio”, “flaqueza”, “desfallecimiento”, “apocamiento”, “agotamiento”, “cansancio”, “nostalgia”, “melancolía”, “tristeza”, y hay más. Cada término es un matiz único, un movimiento alrededor de. Cada uno es un ejercicio de metafísica experimental.
¿Y esto? La realidad es como es porque se repite una y otra vez que así es. La hegemonía de una sobresocialización compuesta de lugares comunes —lengua de madera, le llama la tradición—, pensamientos únicos generados por un sistema mundo que actúa sobre las mentes de quienes son consumidores de enajenaciones mediáticas en una sociedad del espectáculo y el éxito que consagra el egoísmo del individuo y predica su derecho a la indiferencia tanto ante los demás como ante todo lo demás: la biosfera misma y en ella el destino humano general. El resultado es la pérdida de sentido de la vida. La colectivización de un “inmenso olvido” que reduce a los hombres a no ver ni comprender nada, incluidos ellos mismos, en lo que se describe como una delectación narcisista, delante de pantallas mentirosas.
Aquí mismo. La lección principal de la historia es que ante el colapso de los grandes formatos todo se reconstruye desde los pequeños grupos, estructuras horizontales y versátiles, atentas y plásticas cual esferas psicoacústicas que operan al modo de la comedia del arte: como una pequeña compañía que practica una cultura común de la resistencia frente a la depredación y los depredadores, frente al mal y su crueldad, frente al materialismo degradante. Una metafísica experimental donde cambiar de hoja es cambiar de lenguaje. Entonces nombrar, decir, connotar. Toda metamorfosis se da en el lenguaje. O en el diálogo, aquel arte del mirar (del nombrar) juntos.
La intención incumplida. Pero uno dispone y la escritura propone mientras la lengua habla a través nuestro. Este texto quiso comentar aquella frase de Stendhal: “Por otro camino”, que tanto intrigó a sus biógrafos. Será para otra vez, si hay otro lenguaje.