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Marcel Proust, Murasaki Shikibu, Marguerite Yourcenar

José Antonio Lugo

I. Marcel Proust

A la búsqueda del tiempo perdido es, quizás, la mejor novela de la literatura francesa (junto con Madame Bovary, de Flaubert). Es una obra magna cuyo tema principal es el deseo y, en palabras de Proust «las intermitencias del corazón». En el primer tomo, el protagonista, un niño, nos cuenta que espera con ansia el beso de las buenas noches que le dará su mamá. El padre se molesta, le dice a su esposa que lo tiene muy consentido. La mamá no sube a darle el beso. Sin embargo, después de la cena y de buen humor, el padre autoriza que la madre se quede a dormir con el niño. Lo que él esperaba era mucho menos. El resultado -pasar la noche con su madre- resulta menos gratificante que la expectativa que había creado su deseo. En el último tomo, Albertina dessaparecida, el narrador, ya todo un hombre, ve dormir a su amante y la siente en ese momento más suya que nunca, porque se parece «a los animales y las plantas». Albertine despierta provoca en él el miedo del celoso, del amante lúcido que se da cuenta de que, aunque la tenga en su cama, nunca le pertenecerá por completo. Habría que agregar en este brevísimo esbozo la dimensión tiempo. Gracias a una madalena y a un té, el protagonista «recupera el tiempo perdido». 

II Genghi Monogatari, de Murasaki Shikibu

Es la obra maestra de la literatura japonesa y fue escrita ¡en el año 1000! Yourcenar se refiere a la autora como «la Marcel Proust del Japón feudal» y afirma: «Nada se ha escrito mejor en ninguna literatura». Viniendo de la autora de Memorias de Adriano y de Opus Nigrum, no es cualquier elogio. Harold Bloom escribió un estupendo libro: Shakespeare, la invención de lo humano, donde afirma que todas las pasiones humanas están en la obra del bardo inglés. 616 años antes de El rey Lear, la autora japonesa había hecho lo mismo. Dice Madame Yourcenar: «El príncipe Genghi y su sentido de la variedad de las personas, de la variedad de sus sentimientos por ellas, muestra el amor-compasión, el amor-simpatía, el amor-juego y al mismo tiempo una civilización que agrega a los placeres del amor los de la cama, así como la pintura, la poesía, la pintura, la caligrafía, la mezcla de perfumes y también el contacto con lo invisible». La novela cuenta la vida y los amores del príncipe Genghi, hasta su muerte, precedida por la de su principal amante, Murasaki. 

III El último amor del príncipe Genghi. 

En la novela de Murasaki Shibuku no se describe la muerte de Genghi; sólo que se retiró a un monasterio y allí murió. A partir de esa escueta información, Yourcenar escribe este relato, incluido en Cuentos orientales, en donde imagina a una de las amantes de Genghi, «la dama del pueblo de las flores que caen», seduciendo al príncipe en su lugar de retiro espiritual, en tres ocasiones, disfrazándose cada vez para ser «otra», con el fin de que el príncipe le diga que la recuerda, lo que no pasa. Él menciona a otras y muere sin recordar a esta mujer, que sólo quería saber que guardaba en su memoria los besos del pasado. 

El cuento siempre me ha gustado. Ahora bien, Yvonne Hsieh, de la Universidad de Victoria, en Columbia británica, señala en un brillante ensayo que todas las concubinas del príncipe asumían una actitud «ying» -pasiva- frente a él y que «la dama del pueblo de las flores que caen», al introducirse en tres ocasiones al monasterio y seducir a Genghi, está actuando según el canon occidental del amor -un amor «yang»-. Afirma que jamás haría eso alguna de las amantes de Genghi y que más bien los lectores del cuento de Yourcenar vemos en él el concepto de la escritora francesa del amor-pasión, que pudimos apreciar en su libro Fuegos. Por esta razón, Hsieh descalifica el cuento.

Nosotros, lectores, tenemos un banquete por delante: leer la obra maestra de la literatura japonesa, así como el cuento de Yourcenar. A fin de cuentas, no interesa si la investigadora tiene o no razón.  Lo que importa, como en estos tres grandes autores -Murasaki Shikibu, Proust, Yourcenar- es el deseo de leerlos y el placer de haberlos leído. 

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