Escribir es un trabajo solitario

Foto: El escritor estadounidense Stephen King. EFE/Maja Hitij

Si le preguntan a un autor dónde crea sus historias, quizá responda que en la tranquilidad de su estudio, o en paseos por el campo, o acaso al cobijo de una biblioteca. En cambio, al joven Stephen King la idea para su cuarta novela le vino en 1972 mientras vigilaba una carga de ropa en la lavandería donde trabajaba, acuciado por deudas. Y fue el recuerdo de un baño escolar de mujeres que había limpiado durante su anterior empleo de verano, el que le sugirió aquella imagen.

A King lo obsesionó su visión: una jovencita en la ducha común siendo agredida por un grupo de muchachas que le arrojaban toallas sanitarias mientras ella, sangrante, pedía auxilio a gritos. No lo sabía King entonces, pero esa imagen angustiante era el principio de Carrie, historia de horror paranormal con la que el escritor dejó de ser un cuentista poco leído y se convirtió en un novelista de gran éxito.

Pero en 1972, Stephen King era sólo profesor de inglés en la Academia Hampden, en la nada glamorosa Hermon, en el estado de Maine. El autor vivía con su esposa Tabitha, escritora también, y sus dos hijos. Para complementar su escaso ingreso académico, King aceptaba todo tipo de trabajos, como los de lavandero y afanador. (En el catálogo de autores famosos con empleos imprevisibles, a este ejemplo se suman muchos más, como el de Roberto Bolaño, quien para poder escribir su ahora famosa obra narrativa fue velador en campamentos de verano cuando las instalaciones permanecían sin uso.)

Stephen King, además de sus faenas como docente, afanador y lavandero, intentaba convertirse en escritor profesional vendiendo cuentos a revistas “para caballeros”. Una de ellas, de nombre Cavalier, precisamente, le había pagado y publicado algunos relatos. Un amigo le sugirió escribir para esa revista un cuento cuya heroína fuese una mujer.

Por aquellos días King leyó un artículo sobre telequinesis en la revista Life, y a las posibilidades de ese fenómeno paranormal decidió ligar la imagen de la muchacha ensangrentada que le vino a la cabeza  mientras miraba la ropa girar en una lavadora. Recordó también a un par de conocidas de la escuela preparatoria: una sufría acoso escolar porque su familia era tan pobre que no podía usar más que un atuendo único en clase; la otra demostraba morbosa timidez a causa de la excesiva devoción religiosa de su familia. King tenía la noción de que ambas terminaron suicidándose.

El narrador, al escribir la escena inicial de la ducha llena de estudiantes, se sintió incómodo por no ser mujer y no poder imaginar cuál sería la reacción de una muchacha a un suceso semejante. Tampoco lograba sentir simpatía por Carrie, su protagonista. Escribió tres páginas con creciente desaliento, hasta que aventó las hojas a la basura.

Tabitha, su esposa, tuvo la corazonada de averiguar qué decían las cuartillas de las que Stephen le habló con total frustración. La escritora en ciernes leyó los párrafos. Entendió que podía ayudar a su marido a desarrollar los personajes principales, mujeres todas: una estudiante abusiva, una maestra empática, una madre fanática y violentadora, una amiga incapaz de frenar el acoso contra Carrie, la telequinética víctima. King halló que no se le ocurría nada más. Optó por complacer a Tabitha hasta que logró terminar un primer manuscrito de 98 cuartillas, el cual detestó.

Pese a largas horas de trabajo en solitario, el escritor no hallaba cómo asignar el libro a un género vendible o a un público determinado. Consideraba una pérdida de tiempo el haber escrito esa historia, por lo que rehusó enviarla a editor alguno. En diciembre de 1972, acuciado por el fracaso, decidió reescribir Carrie para darle la extensión de una novela. Además, contó parte del relato como si hubiese sido una noticia aparecida en revistas como Squire o Selecciones del Reader’s Digest. Al autor le entretuvo simular el estilo de esas publicaciones, le dio ánimos para continuar su solitario empeño.

Al fin, en 1973, Stephen King terminó el manuscrito, que envió a la editorial Doubleday. Al recibir respuesta afirmativa, el novelista se puso a revisar el libro con su amigo editor Bill Thompson. Entre los cambios importantes que introdujo, el final fue lo más importante: en el original, Carrie adquiría cuernos demoníacos y hacía estallar un avión en el aire. Thompson sugirió un desenlace más sutil. El trabajo de reescritura consumió el resto del año hasta culminar en la destrucción del hogar de la antiheroína.

La novela salió al público en abril de 1974, en pasta dura, con un tiraje de treinta mil ejemplares. A King le pagaron por su libro dos mil quinientos dólares y no fue un éxito de ventas, pues poco más de quince mil ejemplares quedaron en bodega. La portada de esa primera edición, por cierto, no incluía el título de la novela ni el nombre del autor, pues la editorial quiso darle una presentación “intrigante”. Sin embargo, al prepararse la edición en pasta blanda, la editorial New American Library ofreció cuatrocientos mil dólares por los derechos, doscientos mil de los cuales le pagaron al autor.

Después, en 1975, Brian de Palma convirtió la historia en un espectacular filme de horror; convirtió la novela en un abrumador éxito para King, quien a partir de entonces pudo dedicarse a escribir libros que por lo general son best-sellers y algunas veces están mejor escritos que los productos del género usualmente en oferta.

El propio novelista no ha estado exento de sufrir por su millonaria carrera, en la que ha caído en periodos de excesivo consumo de drogas y alcohol. Ha logrado superar esas crisis para seguir siendo confiable productor de best-sellers tanto para editoriales como para Hollywood y, ahora, para los sistemas de televisión pagada.

La extraordinaria fortuna de Stephen King no lo ha privado de sensibilidad, pues cuando en 1989 supo que las librerías que ofrecían sus obras se negaba a colocar en aparadores  Los versículos satánicos de Salman Rushdie —en lo más virulento de la fetua que se le aplicó al autor hindú—, el exitoso estadounidense amenazó con retirar sus títulos de las vitrinas. King evitó, así, que el fanatismo terrorista silenciara a uno de los autores contemporáneos más controvertidos de los últimos tiempos. El autor de Carrie le dijo al librero B. Dalton: “Si no vende Los versículos satánicos, no venderá a Stephen King. No puede permitir que la intimidación detenga a los libros. Es tan básico como eso: los libros son la vida misma”.

Más de treinta años después, en 2022, un fanático al fin logró herir al acosado autor en un acto público. King deseó a su colega pronta recuperación y publicó en twitter: “Tengan en sus oraciones a Salman Rushdie”.

Escritor, promotor de arte y cronista aficionado de absurdos sociales.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.