Un testimonio brutal que previene la candidez

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Manual de decoración para personas abandonadas|Pedro Miranda. Pandemia ediciones, 2023

Jorge Luis Borges solía referir que la ceguera le llegó como una lenta pérdida y no como la oscuridad total que la mayoría imagina, sino una vaga neblina donde echaba en falta los colores rojo y negro. El autor no ocultaba los muchos inconvenientes de una vida sin videncia en un mundo donde la mayoría sobrestima esa facultad. Por íntimo decoro, en su condición de disminuido visual, intentaba eludir la conmiseración de los demás apelando al estoicismo, con insistencia un tanto insensata.

El Manual de decoración para personas abandonadas que Pedro Miranda ha compuesto con la colaboración de Rodrigo Islas Brito es una condena sin paliativos a una sociedad que no sólo abandona a sus integrantes por padecer alguna discapacidad, sino que encubre las agresiones que les inflige con los disfraces de la falsa protección y la no menos perjudicial simulación de asistencia.

El testimonio de Pedro Miranda en torno a la pérdida de su visión, previa la completa extracción de sus ojos, es doloroso por descarnado. Este artista de la imagen y  minucioso cronista de su propio desastre existencial, si bien se toma a broma cuando las personas le dicen imprudencias como “nos vemos”, fulmina otras faltas de humanidad hacia él, como la insuficiente aproximación empática a una condición como la suya, agravada por los diagnósticos criminalmente erróneos y la falta de un adecuado sistema médico que prevenga intensos sufrimientos a las personas asediadas por trastornos oculares y auditivos.

Esta obra en que el autor despliega sus sentimientos más negativos hacia una comunidad que apenas lo sostiene, resulta una lectura que puede ser tóxica si no se asume la responsabilidad comunitaria que tenemos ante el grave problema que afrontan las personas con discapacidad visual y trastornos asociados a los órganos de la vista y del oído.

El Manual de decoración para personas abandonadas nos hace comprender que Pedro Miranda no sólo estaba condenado a dejar de percibir el mundo con la vista, sino que sus propios órganos de la visión eran un peligro para su existencia. Al temprano diagnóstico irresponsable de un médico que le aseguró a su madre que Pedro sólo fingía problemas de visión por celos hacia un hermano menor, se sumó el deterioro de los órganos oculares que puso en riesgo la vida del ya invidente.

El relato de los males oculares se va mezclando con la pésima relación que el autor lleva con su madre y el paulatino deterioro de la salud de su padre, más la actitud egoísta o abusiva de varios familiares cercanos. Alarma e indigna conocer el conflicto familiar que Pedro Miranda sostiene en forma de litigio judicial. Enterarnos de los pormenores de su caso nos obliga a reflexionar en el profundo desamparo legal e institucional en el que las personas como el artista tienen que sobrellevar sus vidas.

Ante esa desprotección no basta enarbolar el valor de la empatía (una reacción subjetiva), sino demandar la urgencia de políticas públicas y recursos institucionales con perspectiva de derechos humanos que efectivamente respalden la atención a las personas con discapacidad. Esto incluye la necesidad también urgente de políticas fiscales y de seguridad social que permitan a estas personas acceder a un medio de vida digno, incluyendo el disfrute de becas para la creación artística y la investigación científica, sin despojarlas de sus derechos a seguros médicos, como lo hacen las actuales opciones que ofrecen el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y otras instancias oficiales.

Pedro Miranda es artista y además activista de la agrupación Miradas Periféricas. Con ese carácter se ha enfrentado contra galeristas abusivos, contra supuestos promotores del arte de personas con discapacidad y hasta contra su familia. Tiene plena consciencia de que vivir con discapacidad visual en México es un trance agravado por la deficiente comprensión y asistencia de otras personas, por un lado, y los abusos que cometen quienes creen que por tener ojos son superiores a quienes los han perdido.

En la indignada reflexión que hace sobre su experiencia como persona invidente, que no sólo ha perdido la vista sino los ojos, y que ha sufrido enfermedades del oído como consecuencia de trastornos oculares mal atendidos, Pedro Miranda deja una enseñanza que debemos recordar: Una persona con discapacidad es un ser “con la humanidad atravesada por lazos familiares, condiciones de vida, geografías en las cuales se ha desenvuelto, economías paupérrimas que ahogan con la discreción de algunos pequeños piquetitos y, por supuesto, el nivel de conocimiento y educación que cada quien logra almacenar. Cada persona ciega vive su propia y personal ceguera, con sus limitantes, con sus posibilidades, con sus beneficios”.

Por eso no es suficiente la empatía hacia las personas ciegas, o sordas, o con problemas de motricidad o con cualquier otra discapacidad. Es necesario revisar a fondo políticas públicas insuficientes o inoperantes, establecer servicios médicos dignos y eficientes para estas personas (como para las demás con ciudadanía mexicana) y mecanismos legales efectivos para que seres humanos que tienen limitantes visuales no sean agraviados ni agraviadas por quienes creen que sus miradas rapaces les colocan por encima de los derechos humanos.

Como señala Pedro Miranda, las personas con discapacidad se ven obligadas a luchar continuamente contra esos abusos, y también contra los supuestos paliativos oficiales que “son una forma más que velada de mantener al discapacitado en el carril de la conmiseración”.

Contrasta con la violencia de su testimonio literario, el irónico despliegue de una obra textil suya en el Centro Fotográfico “Manuel Álvarez Bravo” de Oaxaca, en la cual exhibe la dolorosa cantidad de cajas de medicamentos que ha debido consumir durante los años en que sus ojos ciegos lo torturaban orgánicamente. Y mayor contraste establece una instalación del mismo artista realizada con origami e hilo transparente, con la cual se obsequia a sí mismo mil hermosas pequeñas grullas, siguiendo una tradición oriental. Los espectadores que gozan de visión pueden obsequiarse con esa conmovedora obra, admirándola en el CFMAB, donde se exhibe desde el 4 de agosto de este año, fecha en que Pedro Miranda presentó su Manual para personas abandonadas con la participación de su coautor y editor, Rodrigo Islas Brito, las artistas Miriam Ladrón de Guevara y Marcela Taboada, así como el autor de esta nota.

Escritor, promotor de arte y cronista aficionado de absurdos sociales.

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