Por Diana Manzo
Oliva solo puede ver a su hija un par de horas al día tres veces por semana y lo hace bajo la vigilancia del padre de la menor. Así han sido los encuentros con su pequeña hija desde hace dos años, cuando el juez mixto de primera instancia de Puerto Escondido, Oaxaca le concedió a quien fuera su compañero de vida la guardia y custodia definitiva de la menor. Esta determinación la dictó porque él la acusó que estaba mal de sus facultades mentales.
“Me acusó de estar loca, para quitarme a mi hija”, expresa con enojo Oliva, que mientras ve pasar los días, retoma más fuerza para luchar por recuperar a su hija y terminar de una vez por todas con el martirio de no estar con ella, un martirio que dice, solo ha podido sobrellevar con la ayuda de otras mujeres.
La violencia vicaria que vive Oliva es una realidad en Oaxaca, al menos medio centenar de mujeres son violentadas por sus parejas, que con un supuesto “poder”, pagan por “la justicia” para afectar a la madre de sus hijas e hijos. Pero Oliva reconoce que la única persona dañada hasta ahora es su hija, hoy de tres años y medio de edad.
Oliva se pone triste al relatar esta historia, pero asegura que es parte del proceso y que pronto, todo volverá a la normalidad; gracias al acompañamiento del Frente Nacional contra la Violencia Vicaria y de su representante en Oaxaca, ha sabido entender la situación legal y tras una lucha de meses, un magistrado de Oaxaca determinó que hubo violaciones procesales y la urgente reposición del procedimiento.
“Espero y anhelo que esta lucha que me ha desgastado emocional y económicamente me devuelva a mi hija, no es posible que una menor de tres años y medio esté lejos de su madre, solo porque a su padre se le ocurrió mentir y pagarle dinero al juez, eso es crueldad”
Vivir con violencia vicaria significa para la joven mujer de 34 años de edad, perderse de los festivales de su hija, sus cumpleaños, no atenderla en sus noches de enfermedad, ni ver sus bromas ni sus risas.
“Claro, al juez como es hombre, no le importa lo que suceda, no le importa que mi hija no conviva conmigo, no le importa mi sufrir, no le interesa que mi hija esté en riesgo, pues ese señor (su padre) es alcohólico y consume marihuana, eso no les importa, porque no es su hija”, externó.
Oliva brinda servicios de belleza, considera que no tiene recursos como el padre de su hija, quién estudió derecho y es empresario local en Puerto Escondido y eso la pone en condiciones de desigualdad y vulnerabilidad.
Por denunciar violencia, me quitó a mi hija
Las emociones florecen cuando habla de su hija, para Oliva no vivir con ella es un sufrir constante. Recuerda que cuando cumplió un año y medio, y tras vivir 11 meses en casa de su mamá, decidió volver a Puerto Escondido, y fue justamente cuando el padre de la menor se enojó y comenzó a ejercer violencia psicológica en su contra.
Ella tuvo miedo y denunció confiando que al hacerlo lograría tener un poco de paz que tanto anhela.
“Busqué a un abogado de oficio, confié en las autoridades y pedí la guardia y custodia de mi hija, pero esto molestó mucho a su padre, quién me amenazó y me advirtió que lo pagaría caro, me exigió revocar la demanda, pero no lo hice. El padre de mi hijo presentó un documento ante las autoridades en el que dijo que “yo estaba loca”, el juez le creyó y me quitaron la patria potestad. Pero sigo luchando”, cuenta.
Oliva desconocía la existencia de la violencia vicaria, y fue a través de una amiga que se enteró cómo actúa este tipo de agresiones contra las madres. Entendió entonces por qué su salud y estado financiero estaban deteriorados, pues la violencia vicaria no es directa, también se ejerce provocando obstáculos a las madres para disminuir su economía hasta que la hagan desistir.
“Finalmente decidí salir del hoyo, busque ayuda, contacté con mujeres qué así como yo también sufren violencia vicaria; busque ayuda con otra abogada y hoy, por fortuna, un magistrado de Oaxaca me está dando la razón, revocaremos esa sentencia, porque violenta mis derechos humanos”, dice Oliva quien en medio de su desdicha, sigue trabajando con un único propósito: “recuperar a su hija y abrazarla para siempre”.
Su lucha, dice, también es para visibilizar su caso y el de cientos de mujeres así como para denunciar a los jueces corruptos. “Lo único que exijo es justicia, el que está mal de sus facultades mentales es otra persona, mi hija merece una vida digna con amor de su mamá. Me han arrebatado el derecho a la crianza y le han violentado sus derechos humanos”, reclama.