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Violencia vicaria: María Fernanda, seis años resistiendo sin sus hijas

Por Rocío Flores

Después de casi 10 años de vivir situaciones de violencia por parte de su ex pareja y seis de un proceso jurídico para estar con sus hijas, María Fernanda Pérez Gris, de 35 años de edad, recupera fuerza junto a otras mujeres que integran en Oaxaca el Frente Nacional contra la Violencia Vicaria.

Ella es parte de este movimiento de madres en Oaxaca que visibiliza este tipo de  violencia, la cual comienza cuando deciden separarse, divorciarse, iniciar una relación con una nueva pareja o solicitar las pensiones alimenticias para sus hijas o hijos.

En el caso de Mafer, como la llaman de cariño, el padre de sus hijas Víctor se las llevó desde hace seis años, dos años después de su separación, al iniciar el trámite de pensión alimenticia para la manutención de las niñas.

En ese momento, las niñas tenían seis y siete años de edad, luego le llamó para decirle que estaban en Puerto Escondido y que regresaría hasta el martes, eso la puso en alerta. “Me asusté, pensé, se las puede llevar otra vez y no regresarlas”. 

Mafer narra que ese fin de semana (que él se las llevó) viajó. Por la noche, su madre le llamó para decirle que el padre de sus hijas estaba ahí , en su casa.

“Yo estaba en la Central, le pedí que  por favor recibiera a las niñas. Cuando llegué no había nadie, pensé que estaban adentro, pero no las ví. Mi madre pensaba que él estaba afuera esperándome, pero no, no las quiso dejar, se las llevó”, relata Mafer entre suspiros que intentan sosegar su memoria y el dolor que le causa la distancia que hay con sus hijas.

Debido a las acciones del padre de las niñas, las malas prácticas de los abogados que la asistieron al principio, así como las autoridades encargadas de hacer justicia, durante seis años Mafer no ha podido estar presente como madre.

Su cuerpo se tensa, al intentar controlar el llanto, pero no puede, se rinde y dice “ cuando se las llevó, de cierta manera sentí un alivio. pensé: voy  a poder descansar, voy a tener unos días para mí, voy a poder dormir… que las cuide él dos días”. 

 La voz de la madre se quiebra como consecuencia de ese recuerdo que de pronto la atormenta. Admite que sí, si estaba muy cansada de la maternidad y de estar con su agresor, peleando y defendiendo a sus hijas. “Ahora lo veo y digo, cómo pude sobrevivir a eso. Aún así, yo quería que mis hijas estuvieran conmigo”,  dice y simultáneamente las lágrimas comienzan a rodar por su cara.

“Lo he hecho todo, lo puedo hacer y lo quería seguir haciendo. Pero no fue así”. Yo no quería ir a su casa (del agresor). me daba miedo estar con él, habían pasado otras cosas”. Unos días después hablé con mis hijas y me dijeron, “¿ya sabes qué nos van a cambiar de escuela?”. 

En esa situación, Mafer buscó una abogada, metió un escrito ante el juzgado para denunciar que él se las llevó, intentó buscar la guardia y custodia, seguir con su trámite de pensión alimenticia, y apresurar la audiencia para que pudieran regresar con ella, pero no lo logró. 

Un día que llamó él contestó: “nos vemos en el juzgado”. Después de un mes de que las hijas de Mafer estuvieron en casa con su padre, se realizó una audiencia. La jueza Jueza Lucero Hernández Melchor , del Juzgado Civil del Distrito Judicial de Etla, ordenó una escucha de las niñas.

—¿La escucha de menores está permitido a esa edad?— se le pregunta.

 —A partir de los siete años, ellas tenían 6 y siete años. Fueron muchas violaciones a Derecho en el juicio, por ejemplo, no se puede llamar a una escucha de menores tan rápido sino ha habido un proceso— responde, ahora con seguridad, después de tantos años de luchar en los juzgados por recuperar a sus hijas.

Explica que mientras que a él, la  jueza le resolvió en esa audiencia la custodia provisional, a ella  le postergaron su demanda de pensión, en la que ya habían acordado que se le daría el 40 por ciento de los ingresos a las menores.

“No había avanzado absolutamente nada en mi expediente, me dijeron que el abogado no puso bien el domicilio, y que otro error que cometió es que no solicitó la guarda y custodia. Ahora que veo en retrospectiva, veo que así funciona el sistema y los abogados que dicen que te van a proteger, no lo hacen. Son errores reiterados”.

Sucede también en los casos de sus compañeras del Frente. «Eso hace que los procesos se alarguen y que haya esos huecos en los que aprovechan para quitarles  a nuestras hijas o hijos. La realidad es que nos siguen violentando los jueces”

La jueza también ordenó las convivencias y acordó la entrega de las niñas en el DIF de San Pablo, Etla, donde además las funcionarias comenzaron a cuestionarla. “Él llegaba antes que yo y les decía que mis hijas no querían estar conmigo, porque algo habían visto que estaba mal en mí”. Esa actitud de Víctor  provocaba las empleadas del DIF la cuestionaran, incluso que ejercieran violencia psicológica en su contra. 

Septiembre 2018: El cumpleaños de Mafer en este año, coincidió con una de sus convivencias. Se fue con su documento de acuerdo al DIF dispuesta a estar con sus hijas, pero cuando quiso llevarlas le dijeron que no querían irse con ella, ya que el padre fue cortando el vínculo con sus hijas.

“Intenté convencerlas, obvio quería que la pasaran conmigo. Les mostré el documento, les dije, soy su mamá. Ellas respondieron llamando a 12 policías del municipio para que me detuvieran. Y Víctor  dijo: si se la tiene que llevar presa, llévensela. Fue muy cruel” 

Una profunda tristeza se asoma en sus ojos de Mafer mientras cuenta esta historia y revive ese momento con lágrimas.

La dinámica de las convivencias cambió, pero solo por la repetida agresión de Víctor hacia ella. Tal como los describen especialistas en género, la violencia vicaria no opera de manera aislada, sino en concatenación con otras violencias: psicológica y física-económica y, de manera reiterada.

Un día ella  iba en la calle y Víctor la agredió, la insultó. Harta de sus violencias  interpuso una denuncia en la Fiscalía. Le notificó a la jueza y de esta manera cambió un poco su actitud. A él lo mandó al centro de reeducación para hombres y ellas las mandó a terapias.

Poco tiempo después, Mafer encontró trabajo y comenzaron a descontarle vía nómina el 40% de su sueldo para sus hijas. Ya iba a la escuela por ellas. En 2020 durante la pandemia, Víctor le pidió quedarse una noche a cuidar a sus hijas porque viajaría. Ella aceptó. Después le dijo que viviera con ellos. Otra vez le dijo que no y él respondió:  Ah!, entonces ya no te quieren ver las niñas. Ya no les escribas”.

Han pasado seis años que para la madre han significado, terapias, dinero, cansancio y dolor. La última audiencia fue un duro golpe. Víctor finalmente logró romper el vínculo entre ellas. 

“Ya no me quieren ver. Antes lo dudaban ahora están muy enojadas porque creen que no les doy dinero, que no me preocupo por ellas. Él no me permitió llamarles, me bloqueó. Me duele mucho, estuve “al pie del cañón” exponiendo el cuerpo, mi corazón de madre, aguantando todo”, comparte visiblemente molesta, triste, frustrada. Todo a la vez.

Mafer se cerró un poco, dejó de ir a los juzgados y retomó sus terapias. Hoy, un poco recuperada, recorta unas cartulinas con los nombres de sus hijas y se alista para salir a gritar el 25 de noviembre por todas las violencias que ocurren en los juzgados familiares, sin que ninguna autoridad haga el intento de corregir.

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