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Foto: Flick
Por Jorge González
Durante la insurrección popular y magisterial del 2006 en el barrio de Jalatlaco no hubo presos políticos, pero sí órdenes de aprehensión contra miembros de su organización barrial, rememoran en un encuentro espontáneo vecinos originarios del ahora turístico espacio.
La madrugada del 14 de junio de 2006 en el zócalo de la ciudad de Oaxaca, tras un desalojo fallido de 2 mil 500 elementos de la Policía Estatal a un plantón de profesores de la sección XXII agremiados a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), plantados con el objetivo de obtener derechos laborales, mejoras salariales y prerrogativas, inicia la primera insurrección popular latinoamericana del siglo XXI. Este es el punto de partida de una revuelta popular generalizada que impulsó la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO).
Llantas, polines en llamas, piedras, anuncios viales desprendidos, costales con tierra, mallas, huacales, maderas con clavos y todo objeto capaz de obstruir el paso vehicular o una lluvia de balas, puede edificar una barricada, cada una tiene su propia personalidad porque quienes las sostienen pueden ser cholos, punks, estudiantes, profesores, amas de casa, profesionistas, obreros y en general diversos habitantes de los barrios populares oaxaqueños.
La barricada es el punto medular donde confluyen curiosos, vecinos, familiares, militantes, vagabundos y desconocidos. Hacen de ésta su segundo hogar, se reúnen, intercambian juegos, sonrisas, experiencias mutuas, conocimientos, alimentos, bebidas, bromas y tristezas, hablan de todo y de nada, se frena el tiempo y sucede lo inimaginable en un contexto citadino clasista y dividido: se generan vínculos sociales y afectivos en un espacio tomado por el pueblo en resistencia, una llama que alienta la permanencia de la revuelta. Las personalidades adquieren protagonismo, pero el proceso colectivo es el motor esencial de toda la rebelión.
El comandante Piojo, un hombre mediano, de rostro güero y colorado, con una mirada suspicaz y respetuosa al mismo tiempo, fue uno de los líderes de la barricada de Jalatlaco que junto con otros habitantes del otrora discriminado barrio talabartero, desafió a los sicarios y a las caravanas de la muerte del exgobernador Ulises Ruiz Ortiz, recuerdan durante la junta vecinal improvisada.
La barricada de Jalatlaco se levanta a raíz de que una caravana balea un bloqueo a la altura de la Escuela Secundaria Técnica No. 1, comentan, a sólo unas cuadras del corazón del barrio. La seguridad vecinal en ese momento se ve vulnerada y los habitantes deciden coordinarse y gestionar su propia protección, un fenómeno que se replica en la mayoría de barrios y colonias populares de Oaxaca, así como en municipios aledaños, durante más de seis meses. Todo esto apoyado por la toma de radios públicas y comerciales y la televisión estatal: es la primera vez que la mayoría de los medios de comunicación son tomados por un pueblo en rebelión en la historia contemporánea de Latinoamérica, un momento único en donde cabe señalar el papel activo de las mujeres en rebelión.
El diálogo nocturno transcurre afuera de Burrito Librería:
—A ver, ¿quién fue el mero chingón de la barricada de Jalatlaco?— cotorrea el Piojo con don Agustín.
-—¡Ah, pues Alfredo!, ¡mejor conocido como el comandante Piojo!— asiente con una risa burlona Agustín, vecino de la calle y otro de los rebeldes partícipes de la resistencia en Jalatlaco.
—Aún recuerdo la comida y el compañerismo, convivíamos y nos cuidábamos. Las señoras llegaban con café, pan y comida. Un cohete significaba alerta, dos cohetes alerta máxima y el tercero era porque había un ataque. Los vecinos siempre respondieron— rememora don Alfredo o el comandante Piojo, mote clave con el que se comunicaba por radio con las diversas barricadas de la zona que florecieron en aquellos caóticos, sanguinarios y solidarios días.
Del Jalatlaco bronco y unido de aquellos días sólo queda el recuerdo. Los rebeldes de aquel entonces hoy tienen pequeños negocios, rentan locales comerciales y gradualmente adaptan su vida a un ambiente turistificado en donde el espacio y los costos se enfocan principalmente a un público extranjero que paga en euros y dólares, aunque aún sobreviven pocos negocios que brindan costos solidarios y opciones para el público local. Las generaciones más antiguas ven con escepticismo la transformación del barrio y los más jóvenes no se identifican con la historia de su espacio porque lo desconocen, una visión global basada en las redes sociales y las tecnologías digitales mezclada con un nihilismo existencial avasalla su visión, “lo que menos les importa es el barrio”, aseveran sus padres.
Ante este contexto los vínculos barriales resisten y aunque cada calle pareciera un gremio que vela por sus propios intereses, hoy coexiste un sistema organizativo y de convivencia entre vecinos, locatarios y pequeños empresarios que anualmente participan en las celebraciones tradicionales del barrio. De igual forma entre los vecinos se habla de políticos propietarios de restaurantes y establecimientos ubicados en la zona, pero que no aportan nada sustancial a la comunidad, incluso reclaman el oportunismo de las autoridades por utilizar sus celebraciones barriales como promocional turístico sin aportar nada a un Barrio Mágico sin agua.
Galerías, hoteles boutique, librerías, mezcalerías, vinaterías, cafeterías, restaurantes gourmet y tiendas de artesanías se erigen con más frecuencia. Los lugareños se mezclan con rostros nuevos y muchos no lo dicen pero hay una incomodidad perceptible en sus gestos, no todos quieren nuevos inquilinos, aunque el aumento de airbnbs y locales comerciales avanza cada año. La turistificación y la gentrificación no se regula.
“Aquí era un establo donde mi madre tenía caballos. Sobre lo que ahora es calzada de la República estaba el río de Jalatlaco y ahí tomaban agua, después lo volvieron caño y lo entubaron. Hoy todo es diferente pero jamás vendería algo que no me pertenece. Este lugar lo construyeron mis padres, ¿cómo voy a vender algo que no me costó?”, cuestiona Aurora convencida mientras señala su hogar.
El nombramiento de «Barrio Mágico» de la Secretaría de Turismo del gobierno federal, celebrado por el gobernador Salomón Jara durante marzo de 2023, atrajo a un capital más fuerte y se refleja en los costos «mágicos» de las rentas comerciales que van desde 8 mil pesos hasta 45 mil al mes por local, así como en el gradual desplazamiento del pequeño comercio y la vida vecinal tradicional. Lo que fue un escenario de resistencia civil hoy es escenario de un despojo impulsado y promovido por el Estado. La idea de convertir a Oaxaca en un parque temático al estilo Disney étnico, como hace unos meses lo evidenció la Sectur de Oaxaca con el “curso de atención al turista al estilo Disney”, amenaza la identidad histórica y el tejido social y comunitario oaxaqueño, comparten algunos de sus habitantes.
Es diciembre del año 2006 y la cacería de brujas continúa. Un mes antes la hoy extinta Policía Federal Preventiva (PFP) destruye las ultimas defensas callejeras de los inconformes. El Gobierno federal presidido aún por Vicente Fox Quesada, en una ríspida negociación con el tambaleante gobierno oaxaqueño y tras pactar con una facción del movimiento, ordena que más de 4 mil granaderos, la mayoría militares, eliminen las últimas barricadas y aprehendan a 214 manifestantes y civiles «para restablecer la paz en Oaxaca».
Los detenidos son trasladados al penal de Máxima Seguridad de Tepic, Nayarit. La documentación por violaciones a los derechos humanos es abundante y señala casos de tortura, así como vejaciones sexuales, físicas y psicológicas de mujeres y hombres detenidos antes y después de los últimos enfrentamientos del conflicto. Muchos de los agraviados optaron por el silencio ante el temor de represalias por el Estado. Hasta la fecha no hay reparación de daños a las víctimas del 2006. “Se dio mucho por muy poco, “usaron la esperanza de la gente”, recriminan quienes lo vivieron, señalando a Flavio Sosa, Enrique Rueda y otros líderes de traidores.
Durante esas fechas, Alfredo no fue detenido gracias a la solidaridad y lealtad vecinales. Narra que varios agentes encubiertos iban casa por casa con foto en mano preguntando por él y otros barricaderos. Mientras él hacía los preparativos para la celebración de los quince años de su hija, una trabajadora enviada por los dueños del restaurante El Biche Pobre lo alertó de la situación. Ningún vecino dio razón y logró ocultarse. En el 2006 la lealtad barrial de Jalatlaco ganó una batalla al Estado.
Van dos horas de diálogos y memoria histórica con Aurora, Alfredo y Agustín, tres de los pocos miembros oriundos que quedan en el barrio. Un cohete explota e ilumina la oscuridad desprendiendo sus filamentos sobre el pavimento de la calle Aldama, éstos anuncian las festividades católicas que por estas fechas de fin de año congregan a la multitud en la iglesia de San Matías.
Tres niños sonrientes salen de un portón, son los nietos del barrio, una generación que se enfrenta a una guerra fría en donde cada vez es más frecuente escuchar de habitantes originarios que eligen salir de sus hogares para rentarlos o venderlos. “Ya no hay vida vecinal. Ahora hay puros bares y negocios, ¿Quién tienen la culpa? ¿Los artistas? ¿Los artesanos? ¿A quién quieres culpar?”, rememoro esa respuesta del pintor Francisco Toledo al preguntarle cuál era la responsabilidad de los artistas respecto al desplazamiento de la población originaria del centro. Era 2018 y el concepto gentrificación apenas sonaba en Oaxaca.
Hace unos días el Comité de Vida Vecinal (Comvive) de Jalatlaco convocó a una asamblea para abordar la carencia de agua en el barrio como un tema central. Es una de tantas colonias que sufren lo mismo. Hay que imaginar qué le espera a los barrios populares no mágicos si un barrio mágico se queja del agua. Pero hay más.
A estas alturas acaban de liberar, aunque sujetos aún a proceso judicial, a los últimos cuatro detenidos en la marcha del 27 de enero en contra de la gentrificación en Oaxaca donde esbirros estatales capturaron a seis manifestantes. El gobernador Salomón Jara y su secretario de Gobierno, Jesús Romero, tildaron de xenofóbicos a los inconformes, incluso los asociaron con (Adolfo) Hitler. eEllos respondieron que xenofobia y racismo es lo que hace su gobierno con los migrantes del sur global que llegan a Oaxaca.
Mientras los vecinos de Jalatlaco rememoran el Oaxaca de las barricadas comparándolo con el Oaxaca Disney en donde el agua escasea y la gentrificación aumenta sin regulación alguna, el comandante Piojo asevera que “el barrio aún lo respalda. “Nada es permanente, no podemos detener el cambio, pero seguimos aquí, un chiflido y el barrio saldrá”, asevera con plena confianza.