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Hay que agradecerle infinitamente a Paola Rojas que haya incentivado la discusión sobre el mezcal, que no es un tema menor, sino todo lo contrario, pues simboliza y materializa la cultura de pueblos indígenas y mestizos oaxaqueños, al igual que de barrios marginales, los de las orillas del asfalto, aunque en el caso de la ciudad de Oaxaca, también de los originales, tradicionales, pioneros, emblemáticos, como el Barrio de la China, el Marquesado, La Merced, Siete Príncipes, Jalatlaco, Xochimilco, Peñasco, El Punto, El Polvo, etcétera.
Hay más de 300 definiciones académicas, eruditas, científicas, de cultura. Eso no interesa para el caso Paola —ni para muchas otras cosas chidas o duras de la vida—, Lady Tribal, una leedora de noticias, como dirían los clásicos, que no una reportera y mucho menos periodista.
Lo importante en esta ocasión es lo que el concepto cultura significa para las comunidades mezcaleras. Una sola palabra lo sintetiza: vida. Vida cotidiana, material, espiritual, emocional. Y súmenle lo que gusten, incluyendo vicio, por qué no. Nada más vamos a mencionar que con la apropiación foránea de esa bebida, en la mayoría de pueblos ya no dan mezcal en las fiestas patronales, ni lo frotan en las encías de los bebés cuando les brotan los dientes de leche ni tampoco lo ofrecen el día que la abuela muere.
Para el tema, no interesan los pruritos o vanidades intelectuales. El asunto específico es vivir en un pueblo mezcalero. Y ya. Por eso, irónicamente, platico siempre que mi doctorado mezcalero ocurrió cuando amanecí tirado en un petate a un lado de triangulitos perfectamente cortados de maguey cocido en el entonces palenque La Candelaria, después de haber iniciado la noche en una exposición en Azomalli, la galería de la hermosa y creativa Isabel García Echeverría, donde el palenquero Eduardo Ángeles Carreño dio una plática y una saboreada a punta de jícara de bule de medio litro, después de lo cual nos fuimos a Minas, no sin antes hacer una escala técnica en Santa María el Tule en uno de esos tugurios pueblerinos de cuarto con cortina de tela y prostis en la mesa de madera.í
Foto: Elí García-Padilla
Referencialmente, al respecto, sólo menciono tres puntos de mil para ponerse a trabajar y no a hablar, siempre teniendo en cuenta un contexto mínimo, ese que tanto se ha perdido por el afán malsano de cuanto “experto” que sólo busca monetizar sus videos y sus marcas en redes sociales.
Dictaminaron los Antiguos Mezcanautas —obvio, sarcasmo de los Antiguos Astronautas que ven en cada luz en el cielo un ovni—, que los cultivadores de maguey y los palenqueros eran unos ignorantes para la mercadotecnia, la distribución y el conocimiento de las ciudades para llevar su producto.
El resultado, digamos, fue un tsunami de cuanto aventurero e hijos de papi, de dueños de una cuadra del centro histórico de la Ciudad de México cuyas propiedades incluyen cantinas, que decidieron crear marcas de mezcal.
Luego vinieron los corporativos mundiales a acaparar. Pernod Ricard, Diageo y Barcadí, por ejemplo, los cuales dizque hicieron socios o compraron marcas e hicieron “embajadores” de la bebida a gente como Ron Cooper o Jonathan Barbieri —artistas estadounidenses quienes lo que saben del mezcal, mucho o nada, se lo deben a oaxaqueños como Luis Méndez o al dueño de la cantina La Farola, en su momento la más antigua de la ciudad de Oaxaca, una leyenda urbana donde tomaron escritores como Malcolm Lowry y Ernest Hemingway, entre otros.
Y después, por el mezcal, por la moda, por las marcas, a Oaxaca le cayeron plagas como los actores de Breaking Bad, Aaron Paul y Bryan Cranston, quienes lanzaron su marca Dos Hombres, y peor aún, Maluma, ese que cuando fue a la ciudad capital a tirar rostro en el corredor turístico se hospedó en el hotel boutique de San Felipe del Agua propiedad de Samuel Gurrión, uno de esos políticos tan nefastos como adinerados que ha dado Oaxaca.
Ya encarrerados, hay que mencionar al exgobernador Diódoro Carrasco Altamirano, quien desmadró a Oaxaca de 1992 a 1998, y tiempo después armó una de esas madres que tanto le gustan a los artistas oaxaqueños y a cuanto “emprendedor” cultural que lo único que saber hacer es bajar recursos de organismos oficiales y ONGs para satisfacer sus vanidades, creó una fundación a la que llamó Murciélago, el mismo nombre de su marca de mezcal que buscaba explotar el maguey de la zona de Cuicatlán, la reserva ecológica de Tehuacán, tomando como base a ese animalito nocturno que, como la polilla y el tlacuache, es uno de los principales polinizadores de los magueyes mezcaleros.
En todo caso, el primer punto importante es que el famoso Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI) es kafkiano para lo que hay que hacer o no si se quiere registrar una marca de mezcal, sin aclarar fehacientemente que cuando se empieza a comercializar el producto hay que pagar 66 por ciento de impuestos, entre el IEPS y el IVA.
Una inversión prácticamente prohibitiva para el palenquero si a esos 66 pesos por cada cien se le suman los costos de producción, insumos, transporte, promoción, distribución y estrategias de comercialización de la marca, más los gastos que aquél debe cubrir para que el Consejo Regulador del Mezcal (CRM) le certifiqué sus destilados, lo cual incluye gastos de transportación, hospedaje y alimentación del personal asignado.
El segundo punto no es más que antecedente y consecuencia de procesos kafkianos como el anterior. Se trata de la sustitución de la cultura del mezcal por la industria del mezcal, un paso vil que, de acuerdo con productores como Luis Méndez, ya fallecido, quien creó en Sola de Vega la Unión de Productores Soltecos y fue el primero en cultivar 60 mil plantas del otrora maguey silvestre tobalá, estuvo planeado por agentes de gobierno y de empresarios todopoderosos desde hace décadas.
Es una transición tramposa en la que han caído incluso palenqueros y mezcaleras de prestigio, a grado tal que han asumido como verdad histórica el que ahora la producción de mezcal sea una “industria”, sin importar que éste le haya sido arrebatado a los pueblos originales en aspectos que van desde la sustitución en el habla común de la palabra maguey por la de agave, hasta la creación de “palenques” en pueblos con denominación de origen por parte de foráneos que nada más lo hacen por el requerimiento legal: un prueba está en Santa Catarina Minas, Ocotlán de Morelos, donde al principio del boom había unos diez palenques y ahora existen 60 o más.
El problema no es menor. Industria implica regirse por las leyes y normas de mercado, mientras que cultura significa identidad, costumbres, formas de vida y comunidad, por mencionar sólo algunos ejes rectores de una sociedad.
El tercer punto se relaciona precisamente con la identidad, que es un todo: cultura, idiosincrasia, historia indígena y sincrética, la vida cotidiana de un pueblo, etcétera. Y eso es lo que está siendo aniquilado en Oaxaca con la apropiación del mezcal por parte de la llamada industria.
Aunque Paola Rojas sea una tremenda mentirosa, porque en su video para dizque aclarar que no es dueña de la marca Mixes, expone que unos productores independientes le hablaron para promocionar ese mezcal, cuando que ya se ventiló públicamente que es de una exdiputada tramposa y mañosa, al final del día su farsa sirve para desenmascarar la ambición de toda esa gente que está viendo en los destilados de maguey y Oaxaca una fuente para incrementar sus riquezas económicas personales.