Por Sol Zúñiga
Las reuniones familiares, a veces anheladas y otras, odiadas, son una oportunidad para que las tías mayores cuenten historias y hagan remembranzas. Hace poco alguna de mis cinco tías contó que un día Ingrid, mi hermana, se quedó hasta tarde en la primaria Benito Juárez (iba en primer año) porque toda la red familiar de apoyo se olvidó de ir a buscarla. Mi mamá tenía un trabajo vespertino, por ello alguna de sus hermanas jóvenes, ellas mismas estudiantes de prepa, se responsabilizaban de ir por mi hermana a la escuela. Aquel día de olvido, cuando se percataron que faltaba Ingrid, mi tía Laura, la más joven, muy asustada, corrió una distancia de 2 kilómetros para recogerla. La historia concluye en que, para su alivio, la tía Laura encontró a Ingrid sana y salva jugando en el patio de la primaria, regresaron juntas a la casa familiar, caminando tranquilamente.
La historia de vida de cada uno de nosotros determinará si juzgamos la anécdota de mis tías como gravísima, inaceptable, normal o hasta cómica. Más allá del juicio y de apresurarnos a afirmar que a nuestras hijas e hijos siempre se les recoge a tiempo, es necesario evaluar, sin embargo, quién va a buscarles. Esto lo pienso desde que la semana pasada me topé con una escena perturbadora: en una parada de autobús, más bien solitaria, ubicada a la vuelta de una escuela primaria en Oaxaca de Juárez, vi a un varón de alrededor de 35 años y a una niña de unos 10 años, los dos de pie, de frente. Separados por unos 40 cm de distancia, en una actitud lúdica, el hombre sostenía las manos de la niña y la alejaba y acercaba a él en un vaivén que colocaba el rostro de la niña a la altura de su cadera y por ende de su bragueta. Cuando el adulto se percató de mi presencia, el juego cesó.
Los entornos de confianza son donde tiene mayor incidencia el abuso sexual infantil, en la familia, en la escuela, con los vecinos. Para el DIF las formas más comunes de abuso son tocar los genitales u otras partes del cuerpo de la niña o el niño; tener contacto buco-genital del abusador(a) con la niña o el niño; utilizarlos en la elaboración de material pornográfico; obligarlos a ver películas, revistas o fotos y exhibir o tocar los genitales del abusador (a). Se diferencia de la violación sexual en tanto que el abuso sexual infantil no tiene la intención de llegar a la cópula.
El abuso sexual infantil se puede ir construyendo en fases. La primera es la fase de seducción en la que la persona adulta se gana la confianza de la niña o el niño mediante regalos y propiciando cercanía. El abusador también aprovecha la realización de juegos que normalizan tocamientos y acercamientos de índole sexual. Esto se hace en momentos y lugares que permitan la secrecía o el ocultamiento mientras se expresan frases que hagan sentir a la niña o al niño especialmente querido o considerado. En esta fase colocaría la escena que vi en aquella parada de autobús en el que propositivamente y de manera lúdica el hombre acercaba el rostro de la niña a sus genitales. Las siguientes fases son la interacción abusiva, el secreto, y en ocasiones hay una cuarta fase de divulgación en la que la niña o el niño cuenta lo que ha sucedido. Desafortunadamente en muchos casos hay una quinta fase en la que la víctima se retracta de la denuncia al no encontrar apoyo en las personas adultas encargadas de su cuidado.
Como lo expresan las instancias responsables de promover el bienestar de las familias en México, hay falsas creencias en torno al abuso sexual infantil que nos impiden considerarlo un peligro o nos hacen sentir erróneamente seguros de que no ocurre con nuestras hijas e hijos. Por ejemplo, se piensa que las niñas y los niños se inventan la situación de abuso para llamar la atención; se cree también falsamente que se requiere de mucho tiempo para que una persona abuse sexualmente de una niña o un niño; e incluso se considera que solo con verle a la cara a una persona se puede saber si es un pedófilo o un abusador sexual.
Sin embargo, revisar las cifras respecto a la incidencia del abuso sexual infantil nos puede ayudar a reconocer que es un fenómeno frecuente. Un estudio realizado en 2020 por parte de un equipo interdisciplinar de médicas, psicólogas y antropólogas con base en la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición del periodo 2018-19 determinó que en México 550 mil personas que en ese momento tenían entre 15 y 19 años habían sufrido abuso sexual infantil en algún momento de sus vidas; es decir, una prevalencia en el 2.5% del total de la población de ese rango de edad. De ese número de personas, el 76.5% fueron mujeres. Es necesario considerar que los indicadores de prevalencia de este tipo de abuso varían de acuerdo con los criterios de quien recaba la información y con los métodos empleados (si es de manera directa o automatizada, si la persona que encuesta tiene formación en el tema o no, si se consideran abusos que no impliquen contacto físico o no, etc.). En dicho estudio publicado en la revista Salud pública de México, las autoras advierten que en este país no se cuenta con datos claros o confiables que permitan dimensionar de manera precisa la magnitud de este problema.
No obstante, es necesario y urgente prevenir el abuso sexual de niñas y niños pues estas experiencias son traumáticas además de que provocan una serie de consecuencias a largo plazo que impiden la mejor conformación de la personalidad así como el desarrollo y realización plena de las personas. Las infancias abusadas sexualmente pueden presentar en cualquier etapa de sus vidas adolescentes o adultas baja autoestima, conductas autodestructivas, abuso de sustancias, trastornos depresivos o de ansiedad, trastornos alimentarios, dolores físicos sin justificación médica o intentos suicidas. También pueden experimentar dificultad para relacionarse con sus pares.
Si sospechamos que nuestro niño o nuestra niña está siendo víctima de abuso sexual infantil es necesario actuar ante la sospecha. Nos podemos apoyar en instituciones públicas como el DIF o en organizaciones no gubernamentales (como el Centro Crece o Alumbra) que ponen a nuestra disposición manuales para identificar el abuso así como para orientarnos en el acompañamiento de las infancias.
Mi hermana Ingrid aquel día no reportó haber padecido ninguna agresión. Ahora es madre de un adolescente a quien lleva y trae de la escuela en coche. Cuando mi sobrino Alberto escucha el timbre de salida de la escuela ya está su mamá esperándolo en el estacionamiento del bachillerato al que acude.