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José Antonio Lugo
“¡Saludos, tierra mía! / ¡Saludos, monte Kenia! / ¡Saludos, tierra mía! / Por siempre provista de agua, alimentos y verdes campos! / ¡Saludo al esplendor de esta tierra! / ¡Saludo a estas cordilleras rodeadas de profundos lagos! / ¡Saludo a este collar de aguas celestes! / Un alto precio pagamos por esta tierra, redimida con sangre y lágrimas”.
En días pasados murió Ngūgī Wa Thion’go, el gran escritor de la literatura de Kenia, eterno candidato al Premio Nobel de Literatura. En su niñez estudió en Nairobi en una escuela anglicana escocesa, para luego continuar sus estudios en centros de enseñanza nacionalistas. Lector de Franz Fanon, hizo de su literatura un manifiesto contra el imperialismo y las injusticias. Publicó Niño, no llores, la primera novela en inglés de un autor del Africa negra. En 1977 fue encarcelado un año y, en servilletas, escribió su novela El diablo en la cruz, pero ya no en inglés, sino en gikuyu.
La novela narra las desventuras de Wariinga, una hermosa mujer que aceptó la tentación de tener un amante rico, quien la botó al enterarse de que estaba embarazada, con el recurrido pretexto de que no sabía si era de él. Consigue trabajo como secretaria, pero el jefe la despide porque no le abre las piernas. Al borde del suicidio, conoce y se involucra con grupos nacionalistas antiextranjeros. La novela ocupa buena parte en describir, al mismo tiempo, el odio a la explotación extranjera y los tímidos intentos de los kenianos por crear una identidad y afirmarse en su cultura, para dejar de ser niños menores colonizados.
En esos grupos Wariinga conoce a Gatuiria, un joven músico, hijo de un hombre rico, que renegó de su padre con dinero para construirse una identidad en la que el dinero no fuera importante (por eso estudió música). Ella encuentra en él un hombre bueno -al fin- y decide casarse con él. Ella procede a presentarlo con su familia y él, para seguir con el ritual, se la va a presentar al padre -al que no quiere-, quien propuso su mansión para la boda.
Wariinga se arregla, deslumbrante: “Se había vestido al estilo gikuyu. Una pieza de tela marrón, un poco doblada en el borde superior, le pasaba bajo el brazo izquierdo y estaba anudada sobre su hombro derecho, recogida por dos broches en forma de flores, de manera que su hombro izquierdo quedaba al desnudo. La túnica era larga y le caía hasta los tobillos, cerrándose a lo largo de todo el costado derecho con broches. Alrededor de la cintura Wariinga se había atado un cinturón de punto de lana blanca, cuyos exremos le caían a lo largo de la túnica hasta los tobillos. Calzaba unas sandalias de piel de leopardo. Alrededor del cuello llevaba un collar de cuentas rojas, blancas y azules, que se posaba maravillosamente sobre sus pechos. Los pendientes eran de estilo Nyori. Su cabello estaba liso, suave y negro”.
Al presentarle Gatuiria a su futura esposa a su padre, él pide que los dejen solos para conocer mejor a su futura nuera. El padre se ha dado cuenta de que se trata de Wariinga, la mujer que embarazó y botó, con la que tuvo una hija, convirtiéndola en madre soltera. Ella, por supuesto, lo reconoce también.
El hombre le dice que ese matrimonio es imposible, que abandone a su hijo y… ¡qué se case con él! A fin de cuentas, ya la conoce como mujer, le dice. Ella lo ve con frialdad repugnante. Le pregunta qué pasaría con su hijo, y él le contesta que es joven y que seguramente se repondrá. Ella traía siempre en su bolsa un pequeño revólver.
“–Lo hecho, hecho está -dice Wariinga-. No voy a salvarte. Pero voy a salvar a muchos otros cuya vida no se verá arruinada con palabras dulces y perfumadas.
El viejo rico la interrumpió.
–¡Sabía que estarías de acuerdo! ¡Querida mía, a la que tanto amo! ¡Mi pequeña fruta, mi naranjita, flor que alumbrará mi vejez!
Continuó dejándose llevar por las palabras. No vio que Warringa abría el bolso. No vio que Wariinga sacaba la pistola.
–¡Mírame! -ordenó Wariinga con voz de juez.
Cuando el padre de Gatuiria vio la pistola, sus palabras cesaron de golpe”.
Ella lo mata y sale de la habitación. “Wariinga siguió caminando sin volver una sola vez la vista atrás. Pero sabía con toda su alma que las luchas más duras de su vida estaban aún por venir…”
El diablo en la cruz es una novela escrita hace casi cincuenta años, que debe mucho al naturalismo de las novelas en el siglo XIX. Ha envejecido y, sin embargo, sigue viva al mostrar la injusticia y las luchas de poder, no sólo entre colonizadores y kenianos, sino, también, la injusticia y las luchas de poder entre las mujeres y los hombres. ¡Larga vida a las letras de Ngūgī Wa Thion’go! No ganó el Premio Nobel, pero el mejor premio es que lo sigamos leyendo.