Por Thelma Goméz Durán | Mongabay
- En la comunidad indígena de Pinotepa de Don Luis, en Oaxaca, viven los “tintoreros”; ellos resguardan un conocimiento ancestral que les permite aprovechar en forma sustentable el tinte que produce un caracol marino.
- En el pasado, otros grupos indígenas también utilizaban el tinte natural del caracol para teñir hilos. Hoy ese conocimiento sólo se preserva en Pinotepa de Don Luis.
- Desde hace algunos años, tintoreros y científicos están preocupados: las poblaciones del caracol púrpura van a la baja en la costa de Oaxaca. Una de las causas: al molusco se le mata para venderlo como coctel.
Sabía de su existencia desde que era niño. Escuchaba a los mayores hablar de la travesía que debían hacer para ir a su encuentro. Decían que era una caminata de ocho días, cruzando cerros y veredas, hasta llegar a la costa. Habacuc Avendaño quería hacer el viaje y aprender ese conocimiento que sus mayores resguardaban. Era huérfano, así que pidió a sus tíos que lo llevaran.
Tenía 15 años cuando conoció al caracol púrpura y empezó su historia como tintorero. No olvida que eso sucedió en 1956.¿Cuándo comenzó la tradición de hacer el viaje para encontrarse con el tixinda, como se le llama en mixteco al púrpura? ¿Quiénes descubrieron que ese caracol podía producir una tinta tan preciada? ¿Cómo es que hombres que viven lejos del mar conocían tan bien a una especie marina? Por más que Habacuc Avendaño preguntó, no halló respuestas. Sus tíos Cecilio y Odilón López le decían que ellos también habían preguntado a sus mayores. Todos contestaban: “Eso ha venido desde mucho tiempo atrás”.

El hombre desata sus recuerdos un mes después de haber cumplido 84 años. Sus palabras se van hilando en el patio de su casa, en Pinotepa de Don Luis, comunidad indígena en donde las mujeres son maestras del telar de cintura. Ellas aprendieron de sus ancestras a transformar los hilos en enredos o pozahuancos que aún visten como falda en varios pueblos mixtecos de la costa de Oaxaca, al sur de México.
Cuando Habacuc Avendaño era niño, las mujeres tejedoras sólo usaban hilos teñidos con tintes naturales. Hoy, también incorporan hilos industriales. Aun así, varios pueblos mixtecos conservan la tradición de crear tintes con plantas, insectos o moluscos. Incluso, algunas comunidades son conocidas por especializarse en hacer madejas de una tonalidad específica. Pinotepa de Don Luis, por ejemplo, es la tierra de los tintoreros que saben cómo manejar al caracol púrpura.

La memoria de Avendaño es prodigiosa. Y también su fortaleza física: él aún va al encuentro con el caracol. La mayoría de las veces viaja con su hijo Rafael, a quien enseñó a ser tintorero. La travesía ya no la realizan caminando, aun así, no es cualquier cosa: son seis horas en automóvil. Además, antes se encontraban caracoles en diferentes puntos de la costa de Oaxaca. Desde hace 40 años, cada vez es más difícil hallarlos.
Las poblaciones del caracol púrpura disminuyeron en forma drástica en la década de los 80, cuando una empresa japonesa llegó a Oaxaca y, durante casi cinco años, realizó un uso indiscriminado de la tinta del molusco. Ahora ya no es la compañía asiática la que golpea a la especie, sino una práctica cada vez más recurrente: la recolección de caracoles púrpura y de otros moluscos para venderlos como coctel en la zona turística de Huatulco.

Un púrpura ancestral
El mundo de los caracoles es inmenso y sorprendente.
Algunos caracoles marinos, por ejemplo, poseen una glándula que les permite producir una secreción tan singular que puede usarse como tinte natural. Las tonalidades púrpuras que se obtienen de esa sustancia fueron muy apreciadas por pueblos antiguos, como los fenicios.
El aprovechamiento indiscriminado de ese tinte provocó que varias especies se extinguieran en el Mediterráneo y en diversas regiones de Asia. Y es que a esos caracoles se les mataba para obtener su tinta.
En América es posible encontrar, al menos, tres especies que poseen esa glándula y, además, tienen otra particularidad, se puede obtener su tinta sin matarlos, explica Delia Domínguez Ojeda, doctora en ciencias ambientales que ha investigado a estos caracoles desde hace décadas. Una de las tres especies es el llamado caracol púrpura, aunque su nombre científico es Plicopurpura pansa. También en estas tierras habita el Plicopurpura columellaris. Ambos están presentes en las costas del Pacífico, desde la Península de Baja California, en México, hasta el norte de Perú. En el Golfo de México y el Caribe, hay otra especie: el Plicopurpura patula.
No hay consenso sobre los nombres científicos de las tres especies e, incluso, hay investigadores que aseguran que el Plicopurpura pansa y el Plicopurpura columellaris son una misma especie. De lo que no hay duda es de las virtudes de estos caracoles: a las tres especies se les puede “ordeñar”. Indígenas y científicos llaman así a la manipulación que se realiza del molusco para obtener su tinta sin matarlo.
Eso sí, no cualquiera sabe cómo ordeñar a los caracoles. En la actualidad, ese conocimiento sólo lo resguardan los mixtecos de Pinotepa de Don Luis. “Los tintoreros tienen mucho respeto por la especie, la conocen muy bien”, enfatiza Domínguez. La investigadora de la Universidad Autónoma de Nayarit, el maestro en ciencias, Javier Acevedo y la antropóloga Marta Turok son los científicos que más tiempo llevan estudiando a las poblaciones de caracol púrpura. Comenzaron esa travesía como consecuencia del llamado de auxilio que mixtecos, entre ellos Avendaño, lanzaron a principios de la década de los ochenta.

Ordeñar al caracol
Fue en Puerto Ángel donde Habacuc Avendaño tuvo su primer encuentro con el Plicopurpura pansa. Los tintoreros improvisaban un pequeño campamento, ahí pasaban las noches. Durante las mañanas caminaban hacía el área de la playa donde las rocas reciben el golpeteo de las olas, la “zona intermareal rocosa”, como los científicos la conocen, y en donde es posible encontrar diversas especies marinas, entre ellas los caracoles púrpura.
Avendaño aprendió que debía conocer los ciclos de la Luna para saber cuándo buscar al caracol. Tiene que ser, dice, cuando hay “vaciante”, es decir, cuando la marea está baja. “Cuando la Luna se mira a medio cielo, está altísima la marea. Nadie se puede meter a buscar caracol”.
También escuchó con atención las indicaciones que le dieron para saber cómo utilizar un palito de madera para despegar al caracol de la roca; cómo tomar su concha y manipularlo. “Fíjate que va a aventar primero su orín. Espera un poco a que salga la pintura. Es blanca, esa es la tinta”, le dijeron.
Y sí, la secreción que produce el caracol púrpura primero es blanca como la leche. Cuando esa tinta entra en contacto con el sol, cambia de color: se torna verde, después amarilla y, conforme pasa el tiempo, es púrpura. Aún nadie puede explicar por qué, a diferencia de otros tintes naturales, éste no requiere la aplicación de algún mordiente o fijador.
Avendaño también miró con atención una de las acciones que son vitales para la sobrevivencia del caracol: después de ordeñarlo hay que colocarlo entre las rocas, en un lugar con sombra y húmedo, en un sitio donde la marea no llegue de inmediato, porque el molusco tarda un poco en adherirse a la piedra. No pueden estar en un lugar seco, tampoco bajo el agua. Al caracol, le dijeron, hay que cuidarlo. “Así lo hice. Aprendí a ordeñarlo”, dice orgulloso. Esas mismas enseñanzas, él se las transmitió a sus dos hijos varones.
El exterminio del caracol
En 1981, los tintoreros de Pinotepa de Don Luis realizaron su viaje anual para encontrarse con el caracol púrpura. Ese año, hallaron algo nuevo: pescadores habían sido contratados por empresarios japoneses para buscar al caracol y teñir grandes cantidades de seda.
Resulta que un hombre japonés, interesado en los tintes naturales, viajó por el mundo para identificar lugares donde aún había caracol púrpura. Sus hallazgos los publicó en un libro y eso impulsó la llegada a México de los asiáticos que crearon una empresa local. En 1983, la compañía logró que la entonces Secretaría de Pesca les entregara una autorización para la explotación del tinte de caracol.
Los pescadores contratados por los japoneses teñían los hilos de seda o recolectaban la tinta en frascos. Eso lo hacían los 12 meses del año. “Nosotros no hacemos eso. Tenemos un rol para poder ordeñar al caracol, esperamos 28 días para que se recupere. Y ellos no, cada vez que podían lo ordeñaban. Además, como no sabían cómo hacerlo, mataban a los caracoles, porque los dejaban en el sol o los aventaban al mar. Querían ganar mucho dinero”, explica Rafael Avendaño, hijo de Habacuc.

Los tintoreros denunciaron lo que sucedía a través de cartas que mandaron a las autoridades. Esas noticias llegaron hasta la antropóloga Marta Turok, quien organizó a un grupo de biólogos marinos, antropólogos y sociólogos. Su misión era investigar qué sucedía.
El equipo constató las denuncias: los pescadores teñían madejas de seda que eran enviadas a Asia y usadas para elaborar kimonos. Esos pescadores no sabían cómo ordeñar al caracol y estaban terminando con los ejemplares más grandes, es decir, con las hembras.
Gracias a las denuncias de tintoreros y científicos, en 1985, las autoridades mexicanas ya no renovaron el permiso a la empresa japonesa. La compañía dejó México, pero el daño ya estaba hecho: en Oaxaca, la población del Plicopurpura pansa decayó.
Antes de la llegada de los japoneses se podían encontrar caracoles púrpura de hasta nueve centímetros. Después de la salida de la empresa, sólo “se encuentra puro chiquito. Es raro encontrar uno grande”, dice Habacuc Avendaño.
La compañía japonesa también sembró un problema social: los pescadores reclamaban que, por vivir en la costa, tenían derecho de comercializar el tinte de los caracoles. Sin embargo, los tintoreros defendían que, para ellos, el púrpura estaba enlazado a su cultura mixteca y, por lo tanto, a un conocimiento milenario.

Esa lucha terminó el 23 de marzo de 1988. Ese día, el Estado mexicano estableció que el aprovechamiento del tinte del caracol púrpura sólo podían hacerlo indígenas que histórica y tradicionalmente realizaban esta práctica, siempre y cuando, contaran con un permiso y entregaran a la autoridad ambiental informes anuales sobre el estado de las poblaciones.
“Todo el trabajo que hicimos, junto con los tintoreros, fue para detener la depredación que estaban haciendo los japoneses, y para que se reconociera el conocimiento y derecho de los indígenas mixtecos”, recuerda Marta Turok.
Así fue como nació la Sociedad Cooperativa de Tintoreros de Caracol Púrpura. En sus inicios la conformaron alrededor de 24 tintoreros, varios de ellos ya han fallecido. Otros se retiraron porque “ya son pocos los caracoles que hay”, dice Avendaño.
Indígenas y científicos: unión de conocimientos

Cuando Marta Turok organizó al grupo de científicos para averiguar qué sucedía con el caracol púrpura, en México eran muy escasos los escritos académicos sobre estos moluscos. Tampoco se había documentado el conocimiento que los mixtecos de Pinotepa de Don Luis tenían sobre el molusco.
Los científicos comenzaron un profundo proceso de investigación sobre el caracol púrpura. Y lo hicieron, de la mano de los mixtecos, como don Chanito, que entonces era uno de los tintoreros con más experiencia. En ese proceso, también participó Habacuc Avendaño.
Mural pintado en una de las casas de Pinotepa de Don Luis. Foto: Thelma Gómez Durán
La investigación permitió registrar muchas de las cosas que ya sabían los tintoreros, como el ritmo de crecimiento de los caracoles: en sus primeras etapas de vida su tamaño aumenta, en promedio, un milímetro por mes. Después de los tres años, crecen mucho más lento y pueden llegar a medir hasta 12 centímetros. Las hembras son las que tienen un mayor tamaño. Y, además, para que alcancen su madurez reproductiva, deben pasar al menos cuatro años.
Los científicos también documentaron que el periodo de reproducción ocurre entre abril y agosto. Entre mayo y julio, entre las grietas de las rocas, las hembras colocan las cápsulas ovígeras, como se llama a las bolsitas que resguardan los huevos. En esta etapa, los caracoles púrpura usan su secreción para proteger a las cápsulas. Esa sustancia tiene un olor a butano y eso les permite alejar a sus depredadores, entre ellos a los cangrejos.
El biólogo Javier Acevedo explica que cada hembra puede depositar hasta 60 cápsulas por periodo. Y cada una de ellas puede contener más de cien huevecillos. Sin embargo, sólo sobrevive el 1 %.
En agosto y septiembre, las larvas de caracol salen de las cápsulas y se posan en las algas marinas que, en esos meses, se forman sobre las rocas. Tienen que pasar varias semanas para que las larvas formen su concha y se adhieran a una roca.
Para no interferir en ese proceso de reproducción, los tintoreros dejan de teñir de marzo a octubre. “Así lo han hecho desde siempre”, menciona Acevedo. “Antes de que nosotros llegáramos a investigar, los tintoreros ya sabían cuándo los caracoles copulaban, cuándo depositaban los huevos y cuándo empezaba la eclosión. Nosotros fuimos corroborando y documentando ese conocimiento”.
Buena parte de la investigación que realizaron los científicos con la guía de los tintoreros quedó plasmada en artículos científicos, tesis y en el libro El caracol púrpura: una tradición milenaria en Oaxaca, cuya primera edición es de 1988. Acevedo resalta que aprendieron a realizar ciencia en beneficio de las comunidades.
Marta Turok explica que ya se han ido perdiendo algunas de las ritualizaciones que hacían los tintoreros. Por ejemplo, en la década de los 80 se detenían en la iglesia de Pochutla para rezar y pedir protección en su viaje a la costa. Y hacían todo “un ritual de purificación”: días antes de ir en busca del caracol, practicaban el celibato y dejaban de comer sal.
Hasta hoy, investigadores como Marta Turok, Delia Domínguez y Javier Acevedo acompañan a los tintoreros, les ayudan a realizar los informes y monitoreos de las poblaciones de caracol púrpura en la región de Huatulco. Cada año, los tintoreros deben presentar esos documentos ante las autoridades ambientales para obtener el permiso que los acredita como tintoreros. Esos informes también sirven para establecer cuántas madejas se pueden teñir sin causar daño en las poblaciones del molusco.
Cada año, tintoreros y científicos buscan cómo poder financiar los poco más de 100 000 pesos (5200 dólares) que se requieren para realizar los monitoreos. El biólogo Acevedo considera que “a nivel institucional deben reconocer que los tintoreros poseen un gran conocimiento, que ellos no deberían realizar los monitoreos ni los informes sobre cuántas madejas tiñen, porque desde hace años han demostrado que ellos han cuidado a la especie. Los monitoreos los tendrían que hacer las autoridades ambientales”.
En el monitoreo realizado en 2024, los investigadores documentaron que “la mayor parte de la población de caracoles medía entre los 3.5 y 4 centímetros. Encontramos muy pocos ejemplares de 6 centímetros”.
Los tintoreros sólo ordeñan caracoles de más de tres centímetros, saben que todos los ejemplares que están debajo de ese tamaño son juveniles y, por lo tanto, no producen mucha tinta.
“Hay quienes dicen que sí hay caracoles porque miran ejemplares de uno o dos centímetros. Pero para los tintoreros mixtecos, no hay, porque ellos no van a ordeñar a caracoles de ese tamaño”, puntualiza Marta Turok.
La costa oaxaqueña pierde sus caracoles

Rafael Avendaño tenía 14 años cuando su papá, Habacuc, le enseñó a ser tintorero en una playa de San Agustín, Oaxaca. “Mi padre me dijo: ‘Nunca le des la espalda al mar. Siempre que estés tiñendo, colócate frente al mar y trata de cubrirte detrás de una roca. Si la ola llega y te pega, así no te tumba’”. Tintoreros que no atendieron esas recomendaciones, que minimizaron el poder de las olas, sufrieron accidentes. Incluso, algunos murieron, recuerda Habacuc.
Han pasado casi tres décadas desde que Rafael Avendaño abrazó el conocimiento que su papá le heredó. Durante ese tiempo, padre e hijo han visto cómo cada vez hay menos caracoles púrpura en la costa de Oaxaca.
Después de que la empresa japonesa cerró, más poblaciones de caracol desaparecieron por la expansión de proyectos inmobiliarios y hoteleros en Huatulco. “Cuando construyeron esos complejos, vaciaban todo el cascajo (residuos de los trabajos de construcción) en la orilla de las playas, eso tapó el hábitat del caracol y mató todo lo que había ahí”, recuerda el biólogo Acevedo.
En la costa oaxaqueña ya son contadas las playas en donde aún se puede encontrar caracol púrpura, varias de ellas están dentro del Parque Nacional Huatulco.
En una de esas playas, Rafael Avendaño camina con destreza por las rocas resbaladizas por la humedad que deja la presencia de las olas. Se detiene y enfoca su mirada en la hendidura que se forma entre dos grandes rocas. Usa una pequeña vara de madera para despegar con delicadeza al caracol de la piedra, lo agarra de la concha y le da unos pequeños golpecitos sobre la madeja de hilos de algodón que lleva acomodada en su mano izquierda. La acción no dura más de 10 segundos. Después, con la misma sutileza, coloca a los caracoles en un lugar con sombra.
Esa mañana, Rafael Avendaño ordeñó no más de 20 caracoles. Sólo logró teñir una porción muy pequeña de la madeja de hilos que pesa 250 gramos. Deberá regresar varias veces más a este y otros lugares de la costa. Y es que para teñir completa una sola madeja, necesitará ordeñar entre 350 y 400 ejemplares de Plicopurpura pansa.
En ese mismo lugar, donde las rocas son más planas y las olas llegan ya sin fuerza, hay amontonadas conchas vacías de quitones (Poliplacóforos), moluscos que en esta región costera de Oaxaca se conocen como “lengua de perro”, en otros lugares también les llaman “cucaracha de mar”. A un lado hay un par de bolsas de plástico. Esos son los indicios de que ahí estuvieron los “piedreros”.

En Huatulco se les llama “piedreros” a los hombres que recorren a pie las zonas rocosas de las playas para recoger todo lo que encuentran ahí. “Para ellos no hay vigilancia”, dice la doctora Domínguez. Y por eso se llevan desde cangrejos, quitones o los caracoles púrpura, sin importar que desde 1992 esta especie cuenta con protección especial y esté prohibida su extracción.
Los “piedreros” llevan varios años realizando esta actividad, pero su presencia se incrementó a partir de la pandemia del COVID-19. Todos los moluscos que recolectan los venden, sobre todo, como cocteles en la zona turística de Huatulco.
“Si los caracoles no se mueren por la extracción, se mueren de hambre porque no tienen qué comer”. El biólogo Acevedo advierte ese riesgo porque los caracoles son carnívoros y uno de sus alimentos preferidos son los quitones.
Durante varios años, los científicos que documentaron el conocimiento de los tintoreros intentaron reproducir al caracol púrpura en el laboratorio. Y aunque lograron tener avances significativos, no consiguieron que las larvas llegaran a la etapa en que se fijan a la roca. “Hay condiciones físicas y químicas que ocurren en el ambiente marino y que no hemos logrado recrear en un laboratorio”, explica Domínguez.

Claman por vigilancia
Desde hace poco más de seis años, los tintoreros emprendieron una campaña para difundir lo que pasaba con el caracol púrpura: han acudido a programas de radio y han impreso carteles. Incluso, en más de una ocasión, han recorrido las playas de Huatulco para explicar a los turistas sobre el tixinda, como le dicen al caracol púrpura en mixteco.
“Muchas personas no conocen la importancia del caracol púrpura en la cultura mixteca. Lo matan y se lo comen sin saber que es algo valioso para nuestra cultura, para Oaxaca y para México”, comenta Rafael Avendaño.
Además de los “piedreros”, los tintoreros también enfrentan a quienes ordeñan caracoles y tiñen sin contar con los permisos necesarios. Esas madejas que pintan son vendidas entre las artesanas de la región o a través de redes sociales y páginas de internet.
Mongabay Latam solicitó a la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) información sobre cuántas denuncias ha recibido por aprovechamientos fuera de la ley del caracol púrpura. La dependencia proporcionó una tarjeta informativa en la que se menciona que sólo se tiene una denuncia popular, presentada en 2004, por la depredación de “lengua de perro, caracol púrpura y tortuga marina” dentro del Parque Nacional Bahías de Huatulco. También se asegura que la denuncia “está concluida”, pero no se especifica qué acciones se realizaron.
Durante 2024 se llevaron a cabo varias mesas de trabajo para elaborar el Plan de Manejo para la conservación y aprovechamiento sustentable del caracol púrpura en la costa de Oaxaca. Ahí se acordó que los recorridos de vigilancia estarán a cargo del personal del Parque Nacional Huatulco, en colaboración con inspectores de Profepa y Comités de Vigilancia Ambiental Participativa.
El biólogo Eduardo Aguilar López, director del Parque Nacional Huatulco, confirmó a Mongabay Latam que han identificado una importante disminución de la población del caracol púrpura y de las quitones, debido al “aprovechamiento clandestino que se hace de estas especies”. Sin embargo, aceptó, que no han presentado denuncias porque no han detectado a nadie infraganti.
Habacuc Avendaño no deja de mencionar que el caracol púrpura está en riesgo, como también la tradición de los tintoreros. “Si no se cuida, si no hay vigilancia para que no lo quiebren, se va a acabar”, advierte.
La doctora Domínguez enfatiza que si en la costa de Oaxaca no se detienen las acciones que están provocando la disminución de las poblaciones del caracol púrpura, quizá no se extinga la especie, pero “sí se extinguirá la tradición milenaria de los tintoreros”.
En el pasado, además de los indígenas mixtecas, también comunidades ikoots, de Oaxaca; nahuas, de Michoacán; y coras, de Jalisco y Nayarit utilizaron la tinta del caracol púrpura para elaborar su vestimenta ceremonial. Para varias de estas comunidades la concha del molusco y su tonalidad está relacionada con el nacimiento y la fertilidad. Los únicos que aún resguardan esa tradición milenaria son los mixtecos de Pinotepa de Don Luis.
Rafael Avendaño sabe que sin la existencia del caracol púrpura se perderá el conocimiento que los indígenas de Pinotepa de Don Luis han resguardado por generaciones.
Evitar la extinción de un conocimiento
Hasta ahora, los científicos siguen preguntándose cómo es que campesinos mixtecos, que viven a 300 kilómetros de la zona en donde habita el caracol púrpura, conocen tan bien a esta especie. Marta Turok comenta que hay una hipótesis: registros históricos indican que Pinotepa de Don Luis fue fundada por indígenas que llegaron de una región más cercana a la costa. Era gente que sabía del mar y sus especies. Ese conocimiento lo llevaron consigo y sus descendientes lo han mantenido vivo.
“Aquí, en Pinotepa de Don Luis —dice Rafael Avendaño—, esta práctica nunca se ha suspendido, siempre se ha mantenido. Ya se murió el abuelo, sigue el papá, siguen los hijos y así, sucesivamente. Va dando la vuelta el conocimiento que nuestros antepasados nos dejaron”.
Durante un tiempo, él dejó Pinotepa de Don Luis. En la comunidad hay pocas fuentes de trabajo, por lo que la migración es la opción que eligen muchos. Viajó a Estados Unidos y regresó a su pueblo cuando reunió el dinero necesario para comprar un vehículo. “Nunca perdí la idea de regresar y estar con mi cultura, ser tintorero. No quiero que desaparezca todo esto que mi papá me enseñó”.
Habacuc y Rafael Avendaño no pierden la esperanza de que alguien los escuche y se evite que sigan matando a los caracoles púrpura. Cuando se mata a ese pequeño molusco, dicen, no sólo se afecta a una especie, “también se mata parte de nuestra identidad como mixtecos”.
Imagen Principal: Habacuc Avendaño muestra una concha de caracol púrpura. Foto: Thelma Gómez Durán