Fernando Solana Olivares /morfemacero

Maurice Nicoll entiende el Evangelio como un juego de mapas y direcciones psicológicas antes que como una suma de preceptos morales y conductas éticas. Al interpretar su sentido no al modo de un signo que se refiere a sí mismo sino en tanto un símbolo, algo que va más allá de su manifestación literal y ayuda a pensar porque contiene más de lo que a la vista muestra, surge una “química orgánica de la conciencia”.

Esta es una de las claves de la transformación profunda: dejar de pensar a través de los sentidos y asumir las sensaciones como el nivel primario en el cual se manifiesta lo real. Hacerlo así significa descalzarse, según lo exige la entrada a un lugar santo, abandonar las opiniones y los puntos de vista, librarse de aquella mente carnal acerca de la cual previenen los textos antiguos. El apego a los sentidos, a la realidad visible y a la vida externa impide ir más allá de los hechos inmediatos, dificultando un acto de conocimiento que las tradiciones sapienciales llaman el tránsito de la carne al espíritu, el esclarecimiento mental.

El engaño, escribe este autor inglés, es la división de la mente, su escisión entre el cuerpo y el espíritu, entre el adentro y el afuera de la propia persona. La filosofía griega postula que el ser es lo que conoce. Nicoll subraya que el ser es lo que comprende. Comprender significa asir, captar, aprisionar, aun agarrar, y posee un valor semántico en el cual hay conocimiento pero sobre todo la incorporación de aquello que se conoce a quien lo conoce.

La hermenéutica contemporánea enseña que todo saber verdadero consiste en tres pasos que son parte de un mismo proceso cognitivo: interpretación, comprensión y aplicación. Ante el principio del placer que a partir de Freud ha fomentado la modernidad, y cuya máxima expresión es el materialismo insaciable y egoísta, los sentidos han cobrado una importancia casi absoluta. Ahora ser es parecer. 

Aditi, mujer de Lot, ejemplifica esa condición mencionada por Jesús en una de sus parábolas. “Al que lee, entienda”, cita Nicoll, cuando escudriña el contenido que hay en ella. Dos ángeles visitan a Lot para avisarle que junto con los suyos debe abandonar Sodoma y Gomorra —un estado psicológico en el que predomina la satisfacción compulsiva del deseo y la esclavitud de los sentidos—, pues la ciudad será destruida: “Escapa por tu vida, no mires tras de ti, ni pares en toda esta llanura; escapa al monte, no sea que perezcas”. 

A pesar de haber sido advertidos para no hacerlo, la mujer de Lot voltea hacia lo que deja —añoranza, nostalgia, sensorialidad— y es convertida en estatua de sal. Aditi o Edith transgrede la idea de no volver atrás. Su anhelo incontrolable simboliza un “retiro o regresión en el cuerpo-del-tiempo (la propia existencia)”. La causa de tal debilidad es un fallo del espíritu, el engaño de la mente escindida. “El espíritu ha de seguir luchando —escribe Nicoll—, ha de continuar, sean cuales fueren las dificultades externas”. ¿Cuántas estatuas de sal hay en la vida moderna caminando por las calles?, se pregunta. Parecieran innumerables hoy. 

La parábola, narración alegórica que pone una cosa al lado de otra y comparándolas expresa una enseñanza moral, se refiere al desarrollo interior de la persona, a la superación del viejo pensamiento, a la inmovilidad de detenerse en las opiniones, costumbres y prejuicios habituales, para moverse a otra condición. Los montes que los ángeles mencionan son un plano elevado de la conciencia que se alcanza al concluir la lucha entre la comprensión interna y el sentimiento exterior. Al destruirse Sodoma y Gomorra se destruyen los elementos inútiles y nocivos, así parezcan ser fuente de alegría y placer. Se destruye entonces el re-sentimiento.

Quizá Nietzsche lo tenía en mente cuando postuló su primera regla de la salud mental: “Sobre todo, cúrate del resentimiento”, de un volver hacia un tiempo concluido. El presente del pasado es una detención epistemológicamente imposible. La ansiedad sobre el presente del futuro es una desdicha anticipada. El presente del presente es la única existencia real. Vencer, como vivir conscientemente, consiste en avanzar. 

“No suelo mirar mi vida hacia atrás”, me dijo alguna vez un hombre sabio. Era un hombre diáfano, desanudado y feliz. Recordé entonces la palabra evangélica metanoia, traducida equivocadamente como arrepentimiento. Significa otra cosa, que Nicoll confirma: cambiar de manera de pensar. Eso representa no detenerse en el cuerpo-del-tiempo: no regresar síquicamente a algo que ya no está.

Lenguaje, pensamiento, cultura y sociedad

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