José Antonio Lugo

Dice el Diccionario de la Real Academia Española que perfección implica la cualidad de perfecto y que perfecto es aquello «que tiene el mayor grado posible de bondad o excelencia en su línea». Ahora bien, en el arte, ¿existe la perfección? Lo veremos a través de la música y de la pintura, de la mano de tres extraordinarios autores. 

I. Marguerite Yourcenar 

En su famoso relato «De cómo se salvó Wang-Fo», incluido en su libro Cuentos orientales, la primera mujer elegida para formar parte de la Academia Francesa nos cuenta que se decía que «Wang-Fo tenía el poder de dar vida a sus pinturas por un último toque de color que añadía a los ojos. Los granjeros venían a suplicarle que les pintara un perro guardián y los señores querían de él imágenes de soldados. Los sacerdotes honraban a Wang-Fo como a un sabio, el pueblo lo temía como a un brujo». 

Una tarde, el viejo pintor y su discípulo Ling fueron arrestados por el Emperador, que le reprochó al artista que la realidad de sus cuadros era más hermosa que el mundo que lo rodeaba. Lo condenó a la ceguera, pero antes le pidió que terminara un cuadro. Así lo hizo Wang-Fo. Era un cuadro de su juventud. Empezó a extender sobre el mar inacabado largos trazos azules. Una barca apareció en el centro del lienzo, conducida por su alumno. El anciano pintor subió a la barca y él y su discípulo Ling «desaparecieron para siempre en ese mar de jade azul que Wang-Fo acababa de inventar». ¿Habrá mayor perfección que sustituir la realidad real por la realidad del arte?

II. Pascal Quignard

En su pequeña novela Todas las mañanas del mundo, el gran escritor francés nos relata cómo el señor de Sainte Colombe, después de haber tocado para el espectro de su mujer muerta, se había negado a tocar más hasta que el señor Marais aparece y él acepta hacerlo por última vez, mientras le dice:

«—Va usted a oír los Llantos y la Barca de Caronte. Luego, oirá la totalidad del Sepulcro de las Añoranzas. No he hallado quien, entre mis alumnos, merezca escucharlas. Usted me acompañará. 

“El señor de Sainte Colombe marcó un compás al aire y posaron sus dedos. En el momento en que sube el canto de las dos violas se miraron. Estaban llorando. El resplandor que penetraba en la cabaña por el tragaluz se había vuelto amarillo. Mientras que las lágrimas corrían lentamente sobre sus narices, sus mejillas y sus labios, sonrieron al mismo tiempo».

La perfección es posible, pero requiere un espectador.

III. Marcel Schwob 

En el otro polo, sobre el gran escritor francés Marcel Schwob, Borges escribió: «Sus Vidas imaginarias datan de 1896. Para su escritura inventó un método curioso. Los protagonistas son reales; los hechos pueden ser fabulosos y no pocas veces fantásticos. El sabor peculiar de este volumen está en ese vaivén». 

En su cuento «Paolo Uccello pintor», Schwob describe cómo el artista del lienzo alcanzó la perfección, si bien nos deja la duda, cuando afirma que Donatello sólo vió una madeja de líneas: 

«El Pájaro se hizo viejo y nadie comprendía más sus cuadros. No se veía en ellos sino una confusión de curvas. Ya no se reconocía ni la tierra, ni las plantas, ni los animales, ni los hombres. Hacía largos años que trabajaba en su obra suprema, que ocultaba a todos los ojos. Debía abarcar todas sus búsquedas y ser, en su concepción, la imagen de ellas. Era Santo Tomás incrédulo, palpando la llaga de Cristo. Uccello terminó su cuadro a los ochenta años. Llamó a Donatello y lo descubrió piadosamente ante él. Y Donatello exclamó:

          —¡Oh, Paolo, cubre tu cuadro! 

“El Pájaro interrogó al gran escultor, pero éste no quiso decir nada más. De modo que Uccello supo que había consumado el milagro. Pero Donatello no había visto sino una madeja de líneas. Y algunos años más tarde se encontró a Paolo Uccello muerto de agotamiento en su camastro. Su rostro estaba radiante de arrugas. Sus ojos estaban fijos en el misterio revelado. Tenía en su mano, estrictamente cerrada, un pequeño redondel de pergamino lleno de entrelazamientos que iban del centro a la circunferencia y que volvían de la circunferencia al centro». 

Quizá la perfección no existe y sea sólo la epifanía del creador y su obra cumbre sea sólo una madeja de líneas sin forma ni sentido.

Podemos elegir la perfección que crean Wang-Fo y el señor de la Sainte Colombe o la confusión epistemológica y sin embargo feliz de Paolo Uccello. ¿Con quién te quedas, amable lector de estas líneas?

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